Abandonad toda esperanza

Perdidos

Abandonad toda esperanza, salmo 437º
Vaya por delante que en las líneas que siguen les hablaré de un par de películas cuyos argumentos encierran varias sorpresas, y aunque en la medida de lo posible trataré de no spoilear a mansalva, es más que probable que se me escape alguna pista que podría ponerles sobre aviso. Así pues, si tienen intención de ir al cine a ver Perdida o de alquilar una copia de Nadie vive mejor dejen la lectura de esta columna para después de haberlo hecho.

Empecemos por la que podría ser la mejor película del año en dura competencia con los últimos trabajos de Scorsese, los hermanos Coen o esa gran sorpresa del cine español que ha resultado ser La isla mínima: Perdida es un thriller modélico escrito por Gillian Flynn a partir de su novela homónima y dirigido por David Fincher, el mejor cineasta desde un punto de vista técnico, probablemente junto con Christopher Nolan, de los surgidos de los años 90 a esta parte. La intriga del film arranca con la desaparición de una mujer, y pronto las sospechas de la Policía recaen en su esposo; conforme avanza la investigación, y mientras se nos muestran episodios de la vida anterior de la pareja a modo de flashbacks, nuevos hallazgos complican la trama hasta alcanzar un desenlace sorprendente. Contada así, Perdida podría recordar a los telefilmes que Antena 3 programa obstinadamente para las tardes de los fines de semana, y con los que algunos espectadores a mi parecer muy cortos de miras y bastante perdidos se han empeñado en compararla aduciendo que la única diferencia entre ellos es que la nueva cinta del director de La red social cuenta con actores de primera fila y sobre todo con un realizador de estilo impecable tras la cámara. Nada más lejos de la realidad, dejando al margen que Ben Affleck y Rosamund Pike parecen haber nacido para interpretar sus respectivos papeles: detrás del envoltorio que es la historia de intriga (un envoltorio deslumbrante, dicho sea de paso), se esconde una de las miradas más desencantadas y pesimistas que se han vertido jamás a propósito no solo de la institución del matrimonio (la lectura más obvia de la historia), sino también de la sociedad del espectáculo, en celebrado término de Guy Debord, aquella en la que la vida social auténtica se ha visto sustituida por su representación. Así, Fincher (que, no lo olvidemos, es el autor de películas tan sombrías y tan hijas de su tiempo como Seven, El club de la lucha o La habitación del pánico) se muestra aquí, además de más contenido que nunca en el plano formal, tan cercano a Ingmar Bergman -ese maravilloso plano con el que se abre y cierra la película- como al maestro Alfred Hitchcock... del que Fincher sigue bebiendo aunque a veces niegue o al menos relativice su influencia.

A este respecto, ¿recuerdan el falso flashback que el director de Psicosis -famoso por sus giros de guion mucho antes de que los popularizara Shyamalan- empleó en Pánico en la escena, algo de lo que más tarde se arrepintió por considerarlo tramposo? Pues Fincher ni siquiera necesita caer en eso, pero ojo al uso de la voz en off: el film es una lección magistral, que como tal podría emplearse en clases de escritura de guion cinematográfico, acerca de conceptos clave de la narratología como el tiempo interno del relato o muy particularmente la figura del narrador. Y puestos a ponerle un pero, el único que se me podría ocurrir es que los mayores hallazgos del film ya están más que sugeridos en la novela original de Gillian Flynn, que en su momento me pareció la mejor del año y todavía hoy me sigue pareciendo de lo mejor de los últimos tiempos, al menos dentro de las coordenadas del thriller literario. Pero de eso no tiene culpa nadie aparte de la propia escritora, de la que me permitiré recomendarles también su estupenda primera novela: Heridas abiertas. De nada.

Otra película, mucho más modesta pero no exenta de interés, y que también juega con las expectativas del público dispuesto a disfrutar perdiéndose (siempre que solo sea un rato) en beneficio del relato, es Nadie vive, que pasó por el Festival de Sitges de hace dos años pero que no se ha puesto al alcance del público mayoritario hasta la semana pasada, y solo en formato digital sin haber pasado antes por las salas. En dicha película, el realizador Ryûhei Kitamura y el guionista David Cohen nos ofrecen una historia truculenta que también arranca con una joven secuestrada, para luego centrarse en una pareja que aparentemente no pasa por su mejor momento. No son estos los únicos puntos en común con Perdida: esta historia también cuenta con varias sorpresas en su haber, y la principal repercute en la naturaleza de su protagonista masculino, aquí encarnado por un Luke Evans de actualidad gracias a su revisión del personaje de Bram Stoker en Drácula: La leyenda jamás contada. Eso sí, un aviso para navegantes: Nadie vive es un film bastante sangriento y no apto para todos los paladares; de hecho, los amantes de la casquería disfrutarán con el trabajo del director japonés, que aquí ha prescindido de efectos digitales (que, lamentablemente, siguen cantando cosa mala) y ha vuelto, como él mismo y su equipo afirman, al estilo del Viernes 13 de los 80: toneladas de maquillaje y litros de jarabe de color rojo que dan el pego como carne y sangre en pantalla. En pantalla pequeña, en nuestro caso, pero al menos no nos la hemos perdido.

Perdida se proyecta en cines de toda España; Nadie vive está editada en DVD y BD por A Contracorriente Films; Heridas abiertas y Perdida están editados por Penguin Random House.

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