Testimonios dados en situaciones inestables

Pero con el tiempo empecé a obsesionarme con tener una amiga de verdad y sin más

Soy guapo. Es algo que siempre he tenido y que después simplemente he necesitado cuidar con un poco de disciplina. Mire esta cara varonilmente canónica. Mire estos abdominales tan duros que ni siquiera un faquir soportaría sentarse sobre ellos. Pero mi penitencia no es esa.
Mi problema es que soy una buena persona, sensible e inteligente, capaz de apreciar el arte y de tener una buena conversación, pero al mismo tiempo tengo una inclinación a practicar sexo con cierta frecuencia; sí, dirá usted, ¿qué tiene eso de anormal? Pues tiene que saber que a mí este físico y estas maneras me llevaron a una situación muy desagradable. Me explico. Cuando era más joven todo parecía ser muy natural e ir más o menos bien: sencillamente conocías chicas, y si llegabas a intimar un poco, la cosa siempre acababa de la misma manera, ya sabe. Pero con el tiempo empecé a tener una necesidad que no podía quitarme de la cabeza: me obsesioné con la idea de tener una amiga. Ya me entiende, una amiga sin más, con la que poder conversar y contarle mis cosas más íntimas. Yo nunca había tenido una amiga de verdad, y veía a otros hombres que parecían tener amigas y no pasaba nada. Pero para mí la idea fija de tener una amiga de verdad se volvió un absoluto incordio. Porque no conseguía intimar sin que al poco tiempo el asunto terminara enredado como siempre. Me dije que quizá lo había enfocado mal, y se me ocurrió que una solución era que esa posible amiga fuera lesbiana. Si ella no sentía nada por el sexo masculino, la cosa tenía que funcionar. Me costó unas cuantas vueltas llegar a conocer a una lesbiana y llevar esa relación hasta el umbral de convertirse en una verdadera amistad, pero poco a poco empezamos a intimar y a quedar en mi casa o en la suya para ver películas serias y hablar de temas personales o cultos y todo eso. Evidentemente, lo único que no le conté fue que la primera razón por la que yo había propiciado nuestra amistad era que ella era lesbiana. Y para que la cosa cuajara tampoco le dije que yo era heterosexual, sino que era gay, y así evitar malentendidos desde el primer momento. También tengo que decir que para mí supuso todo un reto, porque la chica era guapa y tenía un buen cuerpo, pero yo me aliviaba teniendo relaciones intensas y esporádicas con otras mujeres. Hasta que un buen día, dando algunos rodeos, me dijo que si yo no tenía curiosidad por tener relaciones con el sexo femenino, y que ella, gracias a la amistad sincera y profunda que teníamos, había pensado que podíamos acostarnos como amigos y así descubrir qué se sentía. No supe qué decirle. Nos llevábamos tan bien, y todo parecía tan puro, que no supe cómo negarme. Lo hicimos, y yo traté de no parecer muy entusiasmado, para que todo fuera muy de amigos, ya sabe, pero al acabar, ella se puso a llorar y me confesó que no era lesbiana, pero que había querido saber si podía tener una verdadera amistad con un hombre y por eso me había mentido, pero ahora que me conocía bien se había enamorado y ya no podía soportarlo, y que lo mejor era que no nos viéramos más y que la olvidara, porque sabía que había traicionado la sincera amistad que yo había depositado en ella y se odiaba por ello, y también porque sabía que lo que me había hecho era imperdonable y que yo no me lo merecía y que solamente quería morirse de vergüenza y de dolor e irse al infierno. [P.] Pues me largué, ¿qué otra cosa podía hacer? Cuando una amiga te engaña de esa manera, todo en lo que querías creer se te viene abajo dejándote vacío y como sin ganas de echarle otro polvo.

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