Pero entre la primera y la segunda planta se oyó un chasquido y el ascensor se paró
Es cierto que era un ascensor bastante antiguo, y que las averías eran cada vez más frecuentes. De hecho, todo el mundo se había quedado encerrado en él alguna vez. En la empresa llevábamos años oyendo el rumor de que iban a cambiarlo por uno nuevo, pero todos aceptábamos que se trataba de una necesidad que la situación económica convertía en no prioritaria. [Pausa.] Hasta el día en el que ocurrió el suceso innombrable. [Pausa.]
Aquel día subimos al ascensor cuatro personas: Una administrativa del departamento de contabilidad, un ingeniero de prototipos, la subdirectora de marketing y yo, director de cuentas en el extranjero. El ascensor era uno de esos que al cerrarse no se ve nada del exterior, pero al menos no íbamos muy estrechos ya que su capacidad era para seis personas. Montamos en el vestíbulo, cada uno pulsó el botón de su planta, y empezamos a subir. Pero entre la primera y la segunda planta se oyó un chasquido y el ascensor se paró. El gesto generalizado fue de hastío, y el ingeniero hizo un comentario satírico para relajar el ambiente. Todos esperábamos que en un par de minutos, gracias al sistema secundario de seguridad, lo movieran hasta la planta más cercana y nos liberaran, pero nos comunicaron a gritos desde el exterior que había problemas con el sistema secundario y no lo podían mover, de modo que había que esperar a los de la empresa de mantenimiento. Y fue en ese momento cuando sentí una punzada en el ánimo, porque caí en la cuenta de que tenía unas crecientes ganas de orinar. Me lamenté silenciosamente por no haber ido al aseo en el vestíbulo, tal y como era mi intención, pero ocurrió que vi el ascensor a punto de partir y tomé la apresurada decisión de cogerlo e ir al de mi planta cuando llegara arriba. Y ahora estaba allí, encerrado con tres personas con las que normalmente solo cruzaba monosílabos y frases profesionalmente funcionales, e invadido por el creciente deseo de orinar. Empecé a ponerme nervioso, cosa que aumentó mis ganas de hacer pis. Intenté no pensar en el tema, pero cuanto más intentaba no pensar, más rápido parecía ir todo ahí abajo, en mi vejiga. Se me aceleró el pulso y empecé a sudar. Pasaron cinco, quizá diez minutos interminables, en los que intenté mantener la compostura sin mirar a los demás a la cara, pero llegó un momento en que no podía aguantarme más. Y entonces mi mirada abatida se cruzó con la de la subdirectora, y reveladoramente me di cuenta de que ella estaba en la misma situación. Hubo un rápido y sincero intercambio visual de afinidad, al que espontáneamente se unió la administrativa, e inmediatamente después el ingeniero. Por una casualidad del destino, todos estábamos afligidos por la misma y apremiante necesidad y por el esfuerzo de contención. Pero al establecer aquella colectiva comunión visual, una extraña paz flotó entre nosotros. [Pausa.] No sé quién fue el primero que cogió la mano del que estaba a su lado, pero a los pocos segundos los cuatro formábamos un círculo unido y palpitante, y casi al unísono nos arrodillamos sin dejar de mirarnos, como un todo, y también sin dejar de mirarnos, con devoción, dejamos pasivamente que fluyera el líquido de nuestro interior, piadosos, como una liberación, mientras las primeras lágrimas purificadoras aparecían sobre nuestros agradecidos ojos. [Pausa.] Créame, fue más profundo que hacer el amor; y no menos húmedo.