Pesadillas con edulcorante
Abandonad toda esperanza, salmo 188º
El realizador Henry Selick parece haberse propuesto poblar de pesadillas las mentes de aquellos pequeños que sufren la desgracia de tener unos padres que los llevan al cine sin informarse antes de lo que van a ver. Maestro de la animación moderna que, paradójicamente, recurre a la primitiva técnica del stop motion como si de un nuevo Ray Harryhausen se tratara, Selick se ha aliado con los fabricantes de sueños más inquietantes para conformar una filmografía tan comedida como interesante: recuérdese su colaboración con Tim Burton para materializar su Pesadilla antes de Navidad o su adaptación del tremendo Roald Dahl en James y el melocotón gigante.
Su último trabajo, Los mundos de Coraline, adapta una obra juvenil de Neil Gaiman, ese autor de novelas como Los hijos de Anansi y de libros de relatos como Objetos frágiles cuya obra maestra hay que buscarla en el ámbito de la historieta: sí, claro, me refiero a The Sandman. En Coraline, con la complicidad de su colega Dave McKean y sus espléndidas ilustraciones, Gaiman se propuso rescatar la carga subversiva de los cuentos infantiles de Andersen, los hermanos Grimm o el citado Dahl creando un universo tan abominable como atractivo, el otro mundo pesadillesco pero a la vez tan (aparentemente) idílico que fascina a la pequeña protagonista tanto como para plantearse abandonar a sus verdaderos padres y marcharse con las fotocopias que viven en él.
La película resultante es, como no podía ser de otra forma tratándose de Selick, una verdadera filigrana, un espectáculo visual sin parangón que nos retrotrae a una forma de hacer cine (de animación) pretérita al mismo tiempo que se vale de nuevas tecnologías como el sistema 3D. Igualmente supone una película apta para todos los públicos... a partir de cierta edad; una cinta juvenil, que no infantil, que tiene capacidad para dejar sin dormir durante días a los más pequeños de la casa cuyos progenitores acerquen al cine pensando que van a ver la última de Pixar. Eso sí: los que hayan leído la novela advertirán cierta suavización en algunos elementos como la incorporación de algún personaje inédito, caso del nuevo amigo de la pequeña Coraline. De todas formas esta ración de edulcorante no me parece un peaje excesivo para poder disfrutar otra vez del arte de Henry Selick.
Para edulcorante, el de la nueva versión de La última casa a la izquierda de Wes Craven, aquella película que conmocionó a los espectadores de los 70 que plagiaba con tan poca vergüenza como considerable talento El manantial de la doncella de Bergman en clave exploitation: la narración del secuestro, violación y asesinato de dos adolescentes por parte de una banda de delincuentes y la posterior venganza de los padres de una de las víctimas se narraba de una manera tan explícita y sin aditamentos formales que más de uno se atragantó con la consumición. Recuerden la tranquilizadora frase promocional: "Solo es una película...".
En esta versión a cargo de Dennis Iliadis, y aunque el asunto arranca con considerable pulso y crudeza, se opta hacia el final por una violencia de barraca de feria y por una conclusión más reconfortante, cercana al happy end, y que pretende subrayar que la familia que mata unida permanece unida. Qué fuerte me parece.
Los mundos de Coraline y La última casa a la izquierda se proyectan en cines de toda España.