Podría estar mejor
Abandonad toda esperanza, salmo 68º
¿Es justo que a unas personas se les pida más que a otras? Esto, que desde pequeños se nos enseña que no, que no es justo, y cuya utópica por irrealizable materialización lleva de cabeza a miles de trabajadores de las empresas que salpican la geografía española, presenta matices a considerar en lo que a la creación artística se refiere, porque es de recibo que a un escritor al que uno sigue fielmente o a un dibujante que nunca nos ha decepcionado se les pida más que a alguien por el que no sentimos la menor admiración.
Los cineastas no son caso aparte: recientemente Alejandro González Iñárritu ha estrenado Babel, cinta con la que cierra su "Trilogía del Dolor" iniciada con Amores perros y 21 gramos. Pero la sensación que tuve al terminar la proyección no fue tan satisfactoria como en las ocasiones anteriores, por mucho Globo de Oro o mucho Oscar que quieran darle.
Y esto es porque Babel, cinta sobre la incomunicación en la sociedad global contemporánea, y aun contando con un solvente guión de Guillermo Arriaga, magníficas interpretaciones de todo su reparto y el espléndido trabajo tras la cámara de González Iñárritu, huele a fórmula repetida mecánicamente para asegurarse el triunfo. Porque, ¿para cuándo una película intimista y de narrativa lineal del cineasta mexicano?
La misma sensación, aunque por motivos distintos, viene tras ver Banderas de nuestros padres, último trabajo de Clint Eastwood. El film, que forma parte de un díptico sobre la II Guerra Mundial, procede a mostrar el lado humano y miserable de la leyenda que rodea a la realización de la famosa fotografía de Joe Rosenthal en la batalla de Iwo Jima.
¿Es Banderas de nuestros padres una mala película? Desde luego que no. Ojalá el resto de la cartelera estuviera a su (muy considerable) altura. Pero después de haber visto Mystic River o Million Dollar Baby, el nuevo film de Eastwood se revela como muy académico, demasiado frío, intencionadamente grande para arrasar en los premios de la Academia.
En cambio, un servidor salió de ver Hollywoodland con una sensación muy agradable. La película, firmada por un realizador proveniente de la televisión, juega con la posibilidad de que George Reeves, el Superman televisivo de los años 40, hubiera sido asesinado, en un solvente ejercicio de cine negro y de desmitificación de los héroes que creamos porque, como dicen al final de Banderas de nuestros padres, los necesitamos.
De la misma forma, necesitamos forjar mitos a los que admirar; y es justo, y me atrevería a decir que necesario, pedirle más a González Iñárritu o a Eastwood (o a Woody Allen, Polanski, Wenders, y otros cineastas que nos defraudaron en los últimos meses) que a un director anónimo. Podría estar mejor, se suele decir al salir del cine. Y es verdad: les pedimos más solo porque sabemos que pueden dárnoslo. Así de simple. Así de fácil.
Babel, Banderas de nuestros padres y Hollywoodland se proyectan en cines de toda España.