Poema pedagógico
Si no fuera porque lo que escribimos hoy tiene necesidad de ser homenaje, no escribiríamos; porque no nos apetece la tristeza. La noticia, en vísperas de Navidad, nos la comunicó el profesor Juan Giménez, tan atento con nosotros en tantas cosas de la profesión, tan atento tantas veces en tantas cosas de la vida. De la vida y, en esta ocasión, de la muerte. Juan Giménez nos dijo que Beatriz Domene Bea nos había dejado.
Otra vez la muerte, en poco tiempo, nos tocaba cerca. Lau, Beatriz... Acababa de venir de una cena celebrando el veinticinco aniversario del fin de carrera y alguien había pasado lista descubriéndonos algunas muertes tempranas e íntimas y... Preparando las navidades la muerte nuevamente removía nuestro ánimo y la memoria. Memoria que no había parado de recordar luchando contra el olvido del que tanto se sirve la muerte, acaso para no fastidiarnos pero también para su triunfo. Con la memoria combatimos la muerte. Toda memoria vence a la muerte. Así, busqué en las estanterías un libro que Beatriz me regaló cuando nos estrenábamos en la Enseñanza. Beatriz era más joven que yo pero ya llevaba unos años de experiencia como profesora. Había accedido a la docencia desde la Maestría en Formación Profesional y ejercía en el Navarro Santafé. Y debió de ser en alguna de esas celebraciones que hacemos los profesores por estas fechas en las que Beatriz se nos fue cuando Beatriz me regaló un libro: "Poema pedagógico" de Makarenko. Un clásico de la literatura pedagógica, basado en la experiencia, donde se aprecian las contradicciones de nuestra apasionante profesión. Me lo regaló con una dedicatoria escrita con una caligrafía exquisita, una dedicatoria entrañable por la sinceridad de su contenido: "19/Diciembre/1986. A pesar de las diferencias, compartimos... Una misma esperanza... ¿No crees, compañero? Paz y Gozo para estas Fiestas."
Paz y Gozo, ¡claro que lo creo! y... "A pesar de las diferencias"... "Una misma esperanza". Entonces, yo aterrizaba en el Instituto y tú, como tantos compañeros, fuisteis calor. Y nos conocimos en nuestras diferencias. Enriqueciéndonos. Porque las diferencias nos enriquecen. Y trabajamos por una misma esperanza como trabajan los maestros a pesar de sus diferencias. Por generación nos conocíamos. De ti ya sabía tu carácter combativo. Me refiero ahora a aquellos tiempos pacatos de adolescencia, antes de coincidir en el trabajo, cuando nos resultabas una mujer peculiar. Sin embargo, el tiempo te ha convertido en mi memoria en vanguardia de muchas cosas. Porque eras reivindicativa cuando apenas conocíamos a mujeres reivindicativas. Eras firme cuando apenas conocíamos a mujeres tan firmes. Con el tiempo, esa imagen de adolescente que nos resultaba bruta, se transformó en imagen sosegada y tierna. Esto sí, sin dejar de ser contundente. Lo que te hizo admirable en tu ser. ¿Nuestras diferencias?... Muchas. E incluso por mi parte alguna metedura de pata. No se me olvidará una vez que estuve maleducado contigo en un claustro. Boutade o no boutade ahí se queda como espina para mi memoria como infortunio. Error que seguro me perdonaste y hasta olvidaste, pero que yo no quiero olvidar para no repetirlo con nadie. También aprendemos de los errores.
Ahora, en esta tierra que habito, que bien conoces por Lorenzo, quiero sentir las humedades de huerta trayéndome con magia las voces de la memoria precipitadas, como tu vida, por el valle del Vinalopó, valle que desemboca en los márgenes de esta vega fabulosa. Voces que no quiero olvidar porque no quiero para con quienes viví que sea el olvido. Y yo te oigo, querida compañera. Y te escucharé siempre como un poema pedagógico que me enseña a enseñar.