Políticos Europasotas
El pasado domingo más de 375 millones de europeos estábamos llamados a votar para elegir el que será nuestro parlamento representativo de cara al resto del mundo, de cara a nosotros mismos. Este buen puñado de millones estamos repartidos actualmente entre 22 países de los cuales Bélgica, Chipre, Grecia, Italia y Luxemburgo establecen el voto obligatorio, algunos de ellos con sanciones establecidas de hasta 1.000 euros por incumplir esta norma.
Aun a pesar de esta condición, el resultado de la abstención ha sido abrumador y vergonzante, pues solamente el 43.09% del electorado ha hecho uso de su derecho u obligación, según sea el lugar de referencia, cifra que 25 años después de las primeras elecciones al parlamento europeo se ha visto recortada en un 18,9% (del 61,99% en 1979 al 43.09% en 2009). Esta caída marca una trayectoria inversa a lo que debería ser la evolución lógica de la concienciación ciudadana en torno a una Europa de todos que no acaba de asentarse entre nosotros, dato que es un rotundo suspenso a los políticos, que inmersos en guerras internas y enfoscados en un sálvese quien pueda particular que ya resulta cansino y aburrido hasta el extremo y que solo sabe del ¡tú más¡ o del ¡pues anda que tú¡, nos tienen los dedos de la mano en plena forma de hacer zapping a poco que les venos asomar el rostro o escuchamos su verborrea.
Pero ellos conformes y campantes, pues todos han sido triunfadores y eso es lo importante. Los que han ganado lo han hecho, y eso es incontestable y lo celebran como si les fuera la vida en ello, elevando a la máxima expresión el festejo, mostrando una euforia solo comparable con un hecho único en la vida, cuando realmente tan solo dos escaños les han separado del siguiente y su victoria no es ni de lejos la opinión de la mitad de españoles. Y los que han perdido también se sienten ganadores, porque no ha ido tan mal como esperaban y aquí el que no se consuela es porque no quiere, y enseguida llegan las comparaciones con otras convocatorias que nada tienen en común con esta última en busca de algún dato que restregar por delante del contrario y alguna arenga que mantenga a sus afiliados con la ilusión de lo bien que lo hacen a pesar de perder, o de dejar de ganar, porque quienes realmente seguirnos perdiendo en este entramado de falsedades y escondrijos de verdades a medias y nula apuesta por explicar qué es, para qué debemos de, o qué nos proporciona Europa, somos los ciudadanos.
Bueno, y ellos, que firman una campaña muda e incapaz de movilizar al electorado infiel o castigador, que se siente defraudado por unos y otros. Una derrota de los grandes partidos, que han convertido el solar Europa en un campo de batalla desde el cual lanzar las piedras de sus problemas locales, en lugar de construir sólidas bases de información y formación para incentivar la asimilación de este nuevo estatus de habitantes continentales que son incapaces de transferirnos después de 25 años. Pero el colmo es que, en esta incapacidad demostrada para separar paja y grano y ofrecer lo que toca, revuelven su fracaso contra los que en pleno ejercicio de libertad les han dicho, ¡anda y vota tu¡, que me tienes harto de tanta falacia y tanto teatro, pues todavía no he escuchado de nadie el mea culpa de esta situación que deja, o por lo menos a mí, la razonable duda de si realmente es democrático que estemos gobernados y dirigidos por aquellos que ni tan siquiera son la opción de la mitad.