Pompeyo, 34 años
Mi trabajo consistía en asistir a inauguraciones, presentaciones, ruedas de prensa y actos políticos de toda variedad y color y tomar nota de todo. La mayoría de los protagonistas de estos teatrillos desmontables son representantes de segundo nivel con dudosa preparación, que siempre dan la sensación de estar de paso, como si estuvieran cosechando méritos para un puesto más cercano al elevado propósito que el supremo les tiene reservado (o eso creen), o fuera de lugar, como si el jefe absoluto les hubiera mandado allí en el último momento para darles a entender que conoce sus inconfesables e ingratas ambiciones y todavía puede marcarlos como a cartas usadas.
De modo que mi trabajo consistía en anotar todo lo que hacen esos pobres diablos (y diablesas) en esas performance del submundo. Tomaba nota de sus palabras, casi siempre estructuradas alrededor de consignas elementales y afectadas que dejan poco espacio a las frases subordinadas complejas o las apreciaciones sentimentales contradictorias (porque podría ser interpretado como signo inequívoco de debilidad o como sospecha de una inminente traición). Tomaba nota de los gestos de sus manos, confusas y sin saber si dibujar pequeños círculos en el aire aparentando la seguridad de quien cree estar en posesión de cierta verdad metafísica (porque podría ser interpretado como pedantería o como señal de una oscura estratagema para ascender en el enrevesado organigrama) o temerosas de excederse al ser mandadas sin empacho, entre apretón y apretón, de antebrazos ajenos a hombros sumisos con nerviosa familiaridad (porque podría ser interpretado como muestras de falsa franqueza o como síntoma de un principio de disfunción social atribuible al viejo y conocido síndrome de la torre de marfil). Incluso debía tomar nota de, digámoslo así, sus danzas en esos mediocres espectáculos. Es decir, tenía que dibujar docenas de croquis registrando en cada momento la situación de los asistentes importantes, los desplazamientos y contactos entre ellos, y la duración y calidad de cada variante (entendida calidad como el supuesto valor que cada uno de los intérpretes tiene en un complicado y esotérico mapa que vaya usted a saber si existe en realidad y quién demonios es el perturbado que lo conoce y guarda como un evangelio). Creía entender que lo que querían era explorar todos los datos posibles para comprender definitivamente todas y cada una de las respuestas condicionadas de estos individuos, para así tener un sistema completo de actuación y predecir hasta la más mínima posibilidad. Pero ayer todo el proyecto se vino abajo. En la presentación del proyecto estrella de la campaña electoral (la clave de toda la estrategia, el todo o nada definitivo), un enorme mamotreto de estética indefinida y coste indefendible, el representante de nivel medio alto al frente del teatrillo no aguantó la presión y se quedó mirando al techo ladrando sin cesar. El pánico se extendió rápidamente por toda la ciudad, de modo que hace unas horas se ha establecido el estado de excepción, y probablemente la ONU pronto mandará gran cantidad de efectivos para controlar los saqueos y las violaciones. Mientras, la radio oficial sigue repitiendo hipnóticamente las bendiciones del redentor mamotreto.