Por Omisión
La omisión de la familia Coleman despertó en Villena expectativas que se vieron reflejadas en su lugar y hora. El pasado sábado. En el patio de butacas de nuestro Teatro Chapí. Realmente no consigo resolver las posibles procedencias, motivaciones, que atrajeron al variado público asistente hacia el deseo, curiosidad, por el trabajo de Claudio Tolcachir que personal pero temporalmente desconozco. Lo constatable fue la más que notable asistencia de público a la sala, aunque esa no deje de ser otra apreciación personal.
Lo que se certificó fue la calidad del trabajo interpretativo del grupo. Con una línea de mayor o menor grosor las opiniones que he intercambiado al respecto señalaban el esmerado dibujo de los personajes de la comedia. También a mí me lo pareció. Es un estilo realista que no tenemos costumbre de producir en España. No quiero decir que aquí no trabajemos el realismo, sino que en la mayoría de los casos ese estilo realista que conseguimos queda como
con acento, manchado de muecas heredadas, contaminado por un herpes que crece si no se le combate cada día, dos veces por semana, una vez al mes. Diría que el realismo es algo que en España no se puede soportar. No lo puede soportar el o la espectador/a. Pero tampoco la compañía teatral lo puede soportar. No hay más que mirar cómo las personas que nuestra desvergüenza ha encumbrado en nuestra televisión se han tenido que transformar en personajes, deformidades de persona, para soportar como personaje y no incomodar como persona (Belén E., v.g.).
No es el caso de la perspectiva con la que se ataca La omisión Aquí lo que se presenta es un estudio sobre la profundidad de una persona, y después de una persona relacionada con otras personas. Para no dejar desbordarse los posibles pondremos una familia. Una familia que se relaciona en un espacio vacío. Un escenario sembrado de muebles y demás estorbos del salón de una familia. Lleno de bultos pero en un espacio negro, sin paredes ni ventanas. Un espacio negro, un espacio vacío. Y desde el principio conversaciones entre madre e hijos, abuela, hijas, sin dejarte averiguar a primera vista cuál es el papel de cada personaje: ¿hermana, novia, madre, loco? Obligando a retener, establecer conexiones. No sólo en cuanto a quién es quién, sino en cuanto a la relación que existe entre los personajes: ¿amor, envidia, celos, resentimiento, miedo? Tales sensaciones y tal esfuerzo por conocer quién es quién y qué ocurre en la relación de cada cual con el resto. Tal estado como espectador/a consigue situarnos en el lugar pretendido: el de quien se inmiscuye en un asunto que ocurre a su lado. Es un tipo de teatro que nos convierte en espías, cotillas, entrometiéndonos donde no nos incumbe.
La puesta en escena de La omisión de la familia Coleman subraya la circunstancia. Y ya llegado el que sería el tercer acto, en la habitación del hospital, ocurre que la disposición de los personajes sobre la escena hace que alguno de ellos dé la espalda a algunas butacas: el reparto rodea la cama donde reposa la abuela de forma que durante el diálogo desde cada ángulo del patio de butacas queda algún personaje que da la espalda. Entonces ya explícitamente te hacen sentir como la persona que convalece en la cama sobrante de la habitación de la abuela. Esa que escucha las escenas de los familiares de su compañera de habitación y las observa en tanto le permiten las cortinas de separación. Esa que hace conjeturas. Que valora si lo que ella ve, escucha, piensa, intuye, coincidirá con lo que piensan en la fila de delante.
Es un efecto muy conseguido por el grupo artístico. Quizás tanto, y tan trabajado, que el grueso del trabajo se concentra allí: en el trabajo en los personajes y en las claves que aparecen para mostrar su relación con el resto de personajes. Sería obvio decir entonces que el trabajo presentado responde más al ser en sí que al movimiento que se desarrolla. Lo que nos deja una propuesta en gran medida redonda pero algo vacía en cuanto a sus circunstancias (y entiéndanlo como quieran).
Por otro lado apenas veinticuatro horas antes se resolvieron en la Ciudad de la Luz de Alicante los premios del Certamen Súbete al Corto, organizado por Apca. La convocatoria congregó a colectivos de todo el territorio nacional. Pero antes de destacar los logros de los trabajos llegados de Villena me gustaría resaltar, tras colaborar por quinta vez como miembro del jurado, la progresiva calidad de los trabajos presentados a concurso. Trabajos que obligan a los equipos calificadores a debatirse en la consideración del valor humano, creativo, conceptual, artístico o pedagógico. Trabajos que son de por sí una satisfacción para el Certamen como lo son para cada uno de los centros y equipos de trabajo participantes. Los resultados, porque a fin de cuentas necesitamos resultados, fueron los accésits de mejor corto breve y de mejor innovación tecnológica para El niño pez y Chuck Fiction, respectivamente. Y el de Mejor interpretación para Mariano Pastor en el corto Chuck Fiction.
Como perla, para finalizar, de la sección donde yo mismo formaba parte del jurado señalar que el premio de video clips fue para la Asociación de personas con déficit auditivo de Las Palmas. Una aparente contradicción que constata aquello de que para lograr algo no hace falta más que quererlo con todas nuestras fuerzas. Algo que podemos constatar en cada edición de Súbete al Corto.