¡Porque tú lo digas!
Estamos en fiestas. Muy pronto podremos airear de nuevo ese sentimiento adormecido durante 360 días. Podremos expresar nuestra alegría sin miramiento, nuestra ilusión por compartir con el resto del pueblo el trabajo callado de todo un año (trajes, boatos, música). Coincidiremos de nuevo con gente a la que sólo vemos estos días en un reencuentro tan espontáneo como si de ayer se tratase. Por unos días hombres y mujeres adoptaremos un gentilicio acorde con el traje que vestimos, seremos una marrueca o un almogávar, obviando clases sociales, culturales e intelectuales, creando un todo en el ambiente que es un único sentir ante una tradición muy querida.
Por todos estos matices especiales que tiene Villena, la fiesta no se concibe con la mentalidad de que sus desfiles son principio y fin como ocurre en poblaciones vecinas. Ciudades a las que me está dando en la nariz que quieren asemejarnos los actuales miembros de la Junta Central. Poblaciones que observan severas normas de comportamiento en la marcha de sus comparsas, no dejando ni un pequeño hueco a la demostración de alegría, convirtiéndolas en frías paradas militares.
A todos se nos llena la boca al decir que nuestras fiestas son populares. Aquí cualquiera puede pertenecer a una comparsa, cualquiera puede ostentar el cargo de Capitán, de Alferez o Madrina, aquí, por suerte, la posición económica no marca fronteras festeras. Nos encanta presumir de ser la población con más número de participantes en sus fiestas patronales, la que mayor número de músicos necesita y la que tiene los desfiles más espectaculares por su duración, número de participantes y derroche de color, imaginación y espectáculo. Pero esta circunstancia tiene su cara y su cruz. Es cierto que ha desfasado un poco el comportamiento de algunos participantes en los desfiles principales, los nuevo tiempos, la gran cantidad de festeros (orgullo de todos, tengámoslo muy presente), y las nuevas sustancias que además del alcohol se consumen, han hecho que el paso de alguna comparsa deje mucho que desear y por supuesto hay que darle solución, por el bien de todos, participantes, espectadores y visitantes.
Lo que ocurre es que este año, mire donde mire, en cualquiera de los programas de mano editados por las diferentes comparsas, la palabra más utilizada es Prohibido, bajo amenaza de sanción. Y con su permiso, señores de la Junta Central y delegados de comparsas, voy a discrepar de ella. No creo que sea el término más idóneo para intentar encauzar las conductas poco apropiadas. Las prohibiciones sin quórum tienen esa acción-reacción tan peligrosa del porque tú lo digas. Creo mucho más en la recomendación, en el mostrar a los implicados directamente sus actos y después de ello, y una vez mantenida una charla, informarles de los posibles castigos. Charlas visuales que eché mucho de menos en Entrefiestas, jornadas que para mí han tenido unos resultados escasamente representativos de la realidad y sobre las cuales están edificando este castillo de sanciones que sin base sólida corre el grave riesgo de desmoronarse para perjuicio de todos. ¿Cuál es el daño de las gafas de sol, por ejemplo, si son anteriores al Desfile de la Esperanza? Vean el DVD incluido en el especial Día 4, Fiestas 1965, para comprobarlo. Sean cautos en la aplicación de prohibiciones correctoras, señores de la JCF. Cuando se pide respeto por las celebraciones y lo heredado se debe ofrecer lo mismo. Si velamos por la imagen velamos todo el año: ¿Sí Festeros en Junio y No gafas de sol? Cuidado con aplastar con severas normas, que confunden necesidad y costumbre, nuestras señas de identidad, propiciando así la mutilación de sentimientos y ganas de participar. Está en juego la historia de un pueblo.