Pregón de la Semana Santa 2007, por María Ramona García Laguna
Señor Párroco, Don Efrén, Sra. Alcaldesa, Autoridades, Presidenta de la Asociación de Cofradías, directivos, cofrades y asistentes: Desde el púlpito de esta Parroquia de Santa María, donde recibí el Sacramento del Bautismo y a la que pertenecí gran parte de mi vida, tengo el honor de proclamar la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, a petición de doña Mari Carmen Francés, Presidenta de la Asociación de Cofradías de Villena.
Muchos son los recuerdos que poseo sobre la Semana Santa. Mi memoria me lleva a tiempos pretéritos, cuando, siendo niña, en el antiguo colegio de las Carmelitas, ahora derruido, las monjas nos preparaban para vivir estos días con devoción, asistiendo a la Procesión de las Palmas, al Vía Crucis, a la Hora Santa y a los Oficios. Tampoco olvido que, llegado el Jueves Santo, no se nos permitía tocar el piano en mi casa y la música prácticamente desaparecía de nuestras vidas durante tres días. Y, si cierro mis ojos, recuerdo el color que impregnaba las iglesias, el morado, que tapaba las imágenes existentes en ellas.
Al ser mi madre modista, teníamos una ventaja: generosamente nos preparaba 3 vestidos distintos para los siguientes días de la Pascua Florida, que estrenaríamos cuando fuéramos a Bulilla, al Grec y a las Cruces. Todo un lujo para la época. Con el paso de los años, también rescato del olvido, cuando mis hijos eran pequeños, la profunda impresión que les producía cada una de las procesiones: esos golpes de tambor a ritmo fúnebre, algunas imágenes de los pasos tan dolorosas y, sobre todo, el traje de nazareno.
Mientras perfilaba la redacción de este pregón, tenía dudas sobre cómo desarrollarlo y qué decir, hasta que me convencí de que mi cometido consistía en proclamar lo que para todos es obvio. Fue el paisaje el que me ayudó a elaborarlo, pues algunos días fijaba mis ojos en un árbol que se alzaba frente a mí. Era austero, sin una sola hoja, pero erguido, orgulloso de su tallo y apuntando al cielo con sus ramas secas. Recordé entonces la oportuna ubicación de la Cuaresma y de la Semana Santa. El tiempo que va del Miércoles de Ceniza al Domingo de Ramos coincide con el final del invierno. La naturaleza, por sufrir las consecuencias climatológicas, se ha desprendido de sus adornos; sin embargo, en pocas semanas sufre una metamorfosis para renacer briosamente con la primavera.
Ese símbolo, el árbol, representa al madero cristiano. El Viernes Santo cantamos en la iglesia unas palabras parecidas a estas: Mirad el árbol de la Cruz, donde estuvo clavada la salvación del mundo. Venid a adorarlo". La figura de Jesucristo en el mundo del siglo XXI puede que no esté en los medios de comunicación, pero posee hondas y firmes raíces que se aferran en la tierra para sostener el tronco del Cristianismo. Si en lugar del Triduo Pascual, sólo hubiera 2 rituales, el del Jueves y el del Viernes Santo, el ciclo de la evolución natural del árbol se habría quebrado. Faltaría el fruto final.
En mi niñez y adolescencia viví a menudo los ritos del Domingo de Ramos, Jueves y Viernes de Pasión, las procesiones..., aunque debo confesar que mi fe no se convirtió en una fe adulta hasta que comprendí lo que significa para un cristiano el Sábado de Gloria. ¡Qué descubrimiento! No fue en una iglesia grande ni lujosa, sino en las Trinitarias, donde experimenté una alegría inefable. La celebración del Viernes Santo nos deja in medias res (el fallecimiento de Cristo, tras una dolorosa Pasión, puede producir en nuestros corazones una sensación de desamparo, de desánimo). Si algo nos diferencia de otras religiones es el ritual del Sábado de Gloria, con una belleza escenográfica que muchos espectáculos quisieran: el templo a oscuras, solamente iluminado por las velas de los fieles, prendidas del Cirio Pascual, que presidirá el altar a lo largo del año litúrgico y que, a su vez, se ha encendido de las brasas y cenizas del incienso (¡Qué significativo es que la ceniza, que se nos impone el día del inicio de la Cuaresma, sirva al final para alumbrar esa noche!). Después de unos cantos, oraciones y lecturas, nuestras velas se apagan y, como por una explosión cromática, se ilumina toda la iglesia.
Otra vez han aparecido los símbolos: la penumbra, que representa, por un lado, la muerte de Cristo y, por otro lado, el vacío que sentimos sin su presencia, se transforma en claridad, la Resurrección de Jesús, como nuestro propio renacer espiritual, tras habernos desprendido de nuestras faltas y habernos renovado como cristianos.
Con palabras extraídas de San Juan de la Cruz,
"Que bien sé yo la fonte
que mana y corre,
aunque es de noche.
Aquella eterna fonte está escondida,
que bien sé yo dó tiene su manida,
aunque es de noche."
Esa "noche, guiada por la luz, nos dota de un saber especial para unirnos a Dios. En cambio, en el Prólogo del Evangelio de San Juan, de una belleza inigualable, se había dicho: "La luz luce en las tinieblas, pero las tinieblas no la acogieron".
La renovación espiritual de la que hablo es personal, íntima, con matices que varían de uno a otro ser humano, sin embargo, hay otra muestra de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo, que afortunadamente conservamos por un legado cultural que nos ha llegado como manifestación del sentir popular religioso. Desde hace siglos, las autoridades eclesiásticas llevaron, ayudadas por los fieles, las celebraciones religiosas a las calles de las ciudades, procesionando unas esculturas que los imagineros españoles han hecho famosas.
En nuestro siglo no se exige para participar en ellas un carné de buen cristiano y tampoco se examinan los comportamientos de los colaboradores. Los aquí presentes hemos elegido con libertad nuestra actitud religiosa, pero, aunque errare humanum est, me atrevería a decir que coincidimos en elogiar y valorar la figura de una persona, las Sagradas Escrituras lo denominan Jesús (el salvador), Cristo (el ungido) o el Hijo del Hombre (para reafirmar que, aunque Dios, también era como nosotros), quien sufrió padecimientos insoportables hasta morir crucificado.
La narración de su Pasión produce una catarsis en cada uno de nosotros. El relato bíblico nos ofrece una historia poliédrica con la que nos identificamos: Tal vez nos hayamos comportado como los apóstoles, que abandonaron a Cristo en el momento de la verdad, dejando en la estacada a un familiar o a un amigo; quizá no hayamos sido valientes, como no lo fue Pilato, y nos desentendamos de alguien que nos necesitaba; probablemente hayamos traicionado alguna vez como Judas a quien esperaba nuestro apoyo.
Asimismo, la lectura de la Pasión enumera momentos que nos permiten confiar en la Humanidad: al pie de la Cruz, las mujeres y el discípulo más amado estuvieron acompañando a Jesús con su presencia. El relato del que hablo es eminentemente masculino. Mujeres aparecen pocas, pero en momentos clave. En Betania, una mujer derrama su ungüento sobre Jesucristo para perfumarlo. En la noche del prendimiento, una observadora mujer hace notar que Pedro es uno de los seguidores del detenido. Quien advierte a Pilato para que no meta la pata es su propia mujer. Varias son las que lloran camino del Gólgota, según el Evangelio de San Lucas. Y, como colofón, a quien primero se aparece Jesús tras resucitar es a María Magdalena.
Yo, que pertenezco a la Cofradía de la Soledad, también he observado que son muchas las socias femeninas que pueblan nuestras 11 Hermandades. Actualmente, quien preside esas once cofradías es una mujer. Pido a los hombres que no se amilanen por ello. Nos necesitamos mutuamente.
También es cierto que en la narración del texto sagrado pasional no aparecen niños. En un asunto tan serio sería una frivolidad. Sin embargo, nunca olvido las palabras evangélicas de "Dejad que los niños se acerquen a mí". En nuestros desfiles procesionales afortunadamente hay niñas y niños. Además de quienes, con el traje de nazareno, acompañan a los mayores y son el germen del futuro, quisiera destacar el trabajo de los integrantes de las Bandas de Cornetas y Tambores. Estas agrupaciones se nutren de niños que pronto serán adolescentes y más tarde mujeres y hombres adultos, que con su música me recuerdan las pisadas que hacía Jesucristo durante su Vía Crucis. A menudo, mientras doy clase en el Instituto, he oído los ensayos nocturnos de estas bandas que, durante semanas o meses, se preparan para hacer más dignos los desfiles.
Dignidad. Éste es el vocablo al que quería llegar. Desde 1712, muchos han sido los villenenses que han participado en las procesiones. Unos, dedicándose a cuidar, limpiar, adornar las imágenes y los tronos; otros, vistiéndose de nazareno o con mantilla o como costaleros; algunos, sólo con su importante aportación monetaria; otros, dirigiendo y organizando para que nada salga mal. En fin, cofrades todos (no olvidemos que etimológicamente el término procede de cum-fratres, es decir, hermanos en común), por pequeño que sea vuestro papel, todos estáis dignificando y engrandeciendo nuestra Semana Santa. Son muchas las horas que dedicáis, ensayando para que no haya fallos en los 12 Pasos. Aunque vivimos en un mundo hedonista en el que la comodidad y el afán de diversión nos envuelven, por fortuna siempre habrá personas que sacrificarán los días vacacionales para contribuir con su esfuerzo en los preparativos necesarios.
A partir del viernes de Dolores desfilarán las Hermandades y Cofradías, unas veces por el Oeste de la ciudad (desde la Parroquia de la Paz), otras por el Este (desde la Parroquia de San Francisco de Asís), y asimismo por el Casco Antiguo (desde la Parroquia de Santa María, con campanas ya restauradas) hasta confluir en el centro de Villena (el entorno de la Iglesia Arciprestal de Santiago). Durante estos trayectos, las calles serán testigos de los diferentes traslados de las Imágenes.
Después, a lo largo de 8 días, el trono de Nuestra Señora María Santísima de la Esperanza, el Domingo de Ramos, y, el Miércoles Santo, los de el Santísimo Cristo de la Caída y María Santísima de la Amargura, y el Cristo de la Luz, irán llevados por sus costaleros. En la Procesión del Silencio, Nuestra Señora de los Dolores, Nuestro Padre Jesús, el Santísimo Cristo de las Penas, Nuestra Señora de las Angustias, El Calvario, el Cristo de la Columna y Nuestra Señora de la Soledad realizarán el recorrido por las calles de costumbre, a los que se sumará la majestuosidad del Santo Entierro, en la procesión del Viernes Santo, después del matutino Encuentro, tan emotivo para los asistentes. Desde hace pocos años, un nuevo paso, el de Cristo Resucitado, cerrará los desfiles procesionales.
Cofrades, costaleros, nazarenos, músicos, público, sacerdotes y cristianos todos, que cada uno ocupe su lugar. Preparémonos para vivir y representar la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo. La Semana Santa de Villena nos aguarda.
Muchas gracias.