Abandonad toda esperanza

Prensa y moda en dos lecciones magistrales de cine

Abandonad toda esperanza, salmo 599º
Aunque tengo por costumbre ir alternando disciplinas artísticas tanto como temas por aquello de no aburrir al personal, después de hablarles de tres películas recientes la semana pasada me veo en la obligación de no alejarme todavía de la cartelera puesto que estamos en temporada alta de premios cinematográficos y por tanto de un gran número de estrenos de gran interés que no merecen ser ignorados. Este es el caso de las dos películas que quiero recomendarles hoy, avaladas por sendos maestros del cine contemporáneo, uno veterano y el otro más joven; dos cineastas responsables ambos de varias de las obras maestras más destacables del cine de las últimas décadas.

El más veterano de esta dupla de realizadores es Steven Spielberg, cuyo nombre ya no es únicamente sinónimo de ese cine que revienta las taquillas y que tan bien ha cultivado tanto como director como en su faceta de productor. Al margen de que películas como Tiburón, las dos primeras entregas de la saga Indiana Jones o, por citar un título más reciente, Minority Report, sean piezas magistrales de la industria del entretenimiento, otras producciones como Salvar al soldado Ryan, Munich, Lincoln o El puente de los espías han demostrado que las tempranas El color púrpura y El imperio del sol no fueron tentativas vanas ni La lista de Schindler flor de un día fruto de un capricho autoral. En esta última tendencia de un cine pensado para un público exclusivamente adulto se integra Los archivos del Pentágono, enésima muestra de su magisterio tras la cámara que, en esta ocasión, una cegata Academia de Hollywood ha decidido apartar de la competición por la estatuilla al mejor director del año en beneficio de cineastas menores (al menos, por el momento) como Jordan Peele o Greta Gerwig; pues aunque las películas de estos dos últimos no carecen de interés, quedan muy lejos de la categoría de esta nueva muestra de un subgénero que a falta de mejor nombre podríamos llamar "thriller periodístico" y cuya penúltima gran aportación hasta la fecha era la oscarizada Spotlight. Como en aquella y en la mayoría de películas de esta temática, lo nuevo de Spielberg se basa en hechos reales: la filtración y posterior publicación, a comienzos de los años setenta, de información clasificada que revelaba los errores cometidos y las falacias defendidas por el gobierno de Nixon en relación con la participación de los Estados Unidos en la guerra de Vietnam; así como la consiguiente lucha de varios periódicos, pero particularmente de la propietaria y la redacción del Washington Post, en defensa de la libertad de expresión y la difusión de la información. Unos hechos que el director de E.T. plasma en la pantalla con un plantel de actores impecable (todos, de Meryl Streep y Tom Hanks hasta el último secundario), unas líneas de diálogo excelentes y un ritmo vertiginoso y repleto de intriga sin que para ello resulte necesario que la vida de ninguno de sus personajes corra peligro real. Todo ello, hasta culminar con una escena final, a modo de coda, que convierte a Los archivos del Pentágono en una suerte de precuela no oficial de Todos los hombres del presidente, la película sobre el escándalo del Watergate que dirigió el malogrado Alan J. Pakula en 1976 y que todavía es, esta sí, la obra maestra absoluta e indiscutible de entre todas las películas que se han acercado al universo del periodismo.

Si Spielberg es un veterano en plena forma, Paul Thomas Anderson es sin duda uno de los más grandes directores de su generación. Nacido en 1970 (el mismo año que M. Night Shyamalan y Christopher Nolan, precisamente los únicos realizadores que en algún aspecto estarían en condiciones de disputarle el liderazgo de su promoción), Anderson es un director de filmografía breve: en más de veinte años de carrera apenas ha firmado ocho largometrajes... Pero son ocho títulos de los cuales más de la mitad se me antojan piezas fundamentales de la cinematografía moderna; y es que muy pocos pueden presumir de contar con títulos de la entidad de Boogie Nights, Magnolia, Pozos de ambición o las infravaloradas The Master y Puro vicio en su haber. A este puñado de obras magnas se suma ahora El hilo invisible, que al igual que Los archivos de Pentágono está nominada como mejor película del 2017 pero que a diferencia de esta sí ha colocado a su realizador en la carrera por el Oscar al mejor director. Probablemente no lo gane -este parece ser el año de Guillermo del Toro, o como mucho del citado Nolan-, pero tanto da: esta filigrana cuyo libreto han urdido al alimón el cineasta y su protagonista, un Daniel Day-Lewis no acreditado en tales menesteres, y que parece rodada fuera del tiempo y el espacio, no necesita de estatuillas doradas como tampoco las necesitaron los maestros del celuloide a cuyos diamantes en bruto remite esta nueva joya de Anderson: y es que en este drama ambientado en el Londres de los años cincuenta del siglo pasado, de envoltorio preciosista y corazón envenenado, su director parece beber del cine de Max Ophüls y Luchino Visconti tanto como ya hiciera en La edad de la inocencia (curiosamente, también protagonizada por Day-Lewis) su maestro Martin Scorsese (recordemos los ecos de Uno de los nuestros en Boogie Nights). Y si Ophüls y Visconti no necesitaron de Oscars, tampoco le hicieron mucha falta a Alfred Hitchcock, que imagino acabaría utilizando el honorífico que le otorgaron a finales de su carrera como pisapapeles. Al cine del maestro del suspense recuerda por momentos El hilo invisible sin ser ni mucho menos un film de intriga al uso: más bien nos retrotrae al hálito romántico y mortecino de Rebeca (cuánto me ha recordado Lesley Manville, hermana del protagonista en la cinta que nos ocupa, al ama de llaves encarnada por Judith Anderson en el film del británico) y, si me apuran, incluso a Psicosis: conforme avanza la historia -que durante la mayor parte del metraje no deja ver con claridad hacia dónde se dirige y con qué propósito- de Reynolds Woodcock y su relación con su nueva musa y amante, a los que encarnan un soberbio Day-Lewis que vuelve a amenazar con retirarse definitivamente del oficio de actor y una magnífica Vicky Krieps, descubrimos que este sosias de Balenciaga no es sino una variación de Norman Bates al que su complejo de Edipo le ha llevado a sustituir a la madre difunta diseñando vestidos en lugar de matando jovencitas descarriadas. Y no me extiendo más en desarrollar mi tesis, porque es conveniente que el espectador que disfrute con los relatos bajo cuya superficie late un significado oculto llegue a la sala oscura libre de prejuicios, y una vez allí se ponga por entero en manos del modisto Paul Thomas Anderson... puesto que a poco que aquel confíe y se deje hacer como un maniquí, este le confeccionará una nueva obra maestra a su medida.

Los archivos del Pentágono y El hilo invisible se proyectan en cines de toda España.

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