Deportes

Profesport: Entrenamiento psicológico en el deporte

Entre las capacidades que debe desarrollar un buen deportista encontramos las que tienen que ver con el dominio de destrezas psicológicas, fundamentales para un buen rendimiento motor y la consecución del éxito deportivo
Evidentemente, parece obvia la inclusión del entrenamiento psicológico dentro de un contexto deportivo competitivo, pero no todos los equipos, grupos o deportistas le dan importancia y la dejan a merced de la propia personalidad, carácter, actitud o estado del sujeto en un determinado momento.

Antes de establecer una secuencia de aprendizaje psicológico lo primero es que el deportista tenga una buena predisposición y confíe en los beneficios que puede acarrearle. A continuación se describen tres de los principales problemas que pueden incidir en el rendimiento. El primero es el control del nivel de activación. Cada actividad o momento requiere un nivel de activación concreto. A medida que se va acercando el momento de la competición, el deportista debe ir elevando progresivamente su nivel de activación para estar más alerta. Estar demasiado relajado puede provocar deterioros en sus tiempos de reacción, así como a la velocidad de sus movimientos y la fuerza-explosiva, por ejemplo. Pero estar altamente activado de manera prematura también es negativo. Los nervios producen un desgaste metabólico, ya que el deportista puede encontrarse con problemas para conciliar el sueño y descansar la noche anterior, pudiendo continuar el estado de tensión durante el día siguiente. Cuando se da esta circunstancia, se habla de ansiedad precompetitiva, y en estas circunstancias ese deportista competirá en inferioridad. Es necesario tener la activación adecuada según cada momento de la competición.

Problemas en la falta de control de la atención, influidos por: a) Rasgos no verbales: conductas inusuales de los contrarios, cambios repentinos en dietas, uniformes, acciones de entrenadores, etc. En suma, aspectos que se introducen en el pensamiento del deportista, desplazando su atención de las cuestiones verdaderamente relevantes para su rendimiento; b) Cambios en las expectativas de resultado: puesto que lo más lógico es que el deportista haya ido estableciendo unas metas concretas a medida que se aproxima la competición, la alteración repentina de las mismas producirá distracciones innecesarias y reducciones en la certidumbre sobre su capacidad de alcanzar los objetivos. Esta incertidumbre dará lugar a la aparición de preocupación y dudas, inevitablemente distractivas, además de generadores de ansiedad; c) Distracciones externas: las reacciones del público (gritos, silbidos...) y la presión de los medios...; d) Factores ambientales ajenos: competir con un contrario de gran reputación, jugar con un material o ambiente que no se ajusta a las preferencias del deportista, interrupciones en su descanso previo a la competición, en la fase de calentamiento...

Por último, la falta de control de los pensamientos negativos, los cuales influyen en nuestras acciones mucho más de lo que suponemos. Basta con pensar en una situación que verdaderamente nos irrita para que nos demos cuenta de cómo vamos enfadándonos. Así pues, lo que un deportista hace con sus pensamientos influirá decisivamente en su comportamiento antes y durante la actividad. No hay que dejar que los pensamientos negativos se alimenten de sí mismos, sino que hay que usarlos para generar una solución, para desencadenar una acción positiva y correctiva.

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