Cultura

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Y bien, queridas personas, pronto nuestra ciudad volverá a verse “inundada” por miles de visitantes en respuesta a la llamada de los conciertos de presentación del Aupa Lumbreiras. Una nueva oportunidad para poner a prueba nuestra Plaza en toda su magnitud. Es decir: como el pasado año, puesto que continúa arrastrando los mismos problemas desde su inauguración (el del sonido, por nombrar uno). Aunque en relación a este evento en particular, me resulta más sobresaliente el problema con el que se encuentra el público asistente una vez terminado el Festival. Es decir: ¿qué hacer, dónde ir en estas frías fechas hasta que comiencen a funcionar los servicios de transporte?
No es moco de pavo el asunto, pónganse ustedes en una situación similar y pronto verán de qué les hablo. Ya sé, ya sé, que no estamos en situación de habilitar un espacio para solucionar tal asunto, pero como ciudad anfitriona del evento resulta un problema sobre el que no podemos hacer la vista gorda: ventajas e inconvenientes vienen unidos, de lo que se trata es de transformar unos en otras. Que nuestra ciudad al fin y al cabo no quede como el mero recipiente de un evento. Menos si cabe cuando este evento es en realidad el preludio del gran Festival, la imagen, la tarjeta de visita, de nuestra oferta. En cualquier caso resulta un problema, y lo peor es que resulta uno de esos problemas a los que cuesta poco dejar pasar si miramos hacia otro lado. Pero eso no es lo que hace una buena ciudad anfitriona con sus invitados e invitadas, y menos con su clientela presente y futura.

Por otro lado, y fuera de programación, nos encontramos con que el próximo día 23 de febrero, el grupo Caricato Teatro presentará su próximo espectáculo en nuestro Teatro Chapí a beneficio de AMIF. Se trata de El último gallinero, pieza de Manuel Martínez Mediero con la que consiguió en 1969 el primer Premio en el Festival de Sitges con la puesta en escena del grupo Akelarre. Mediero resulta una de esas figuras olvidadas como lo fueron algunas otras de la llamada Generación del Nuevo Teatro Español, como Luis Riaza o José Ruibal –y otras más conocidas como Arrabal y Nieva). Una generación de dramaturgos que intentó romper con el realismo y el acotamiento de la escena (del escenario) y que se consumió entre la censura previa a la transición y la incultura escénica posterior. Una generación que sin despegarse del realismo crítico de sus antecesores intentó explorar nuevos márgenes en el arte escénico mediante parábolas y juegos dramáticos. Por lo que resulta una buena ocasión para reencontrarse con esos nombres capaces de haber sobrevivido a la triste historia de España de haber contado con herramientas como las redes sociales actuales.

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