Puentes
En la tradición islámica, para alcanzar el Paraíso el alma debe cruzar un puente sobre el Infierno, el ṣirāt. Los especialistas no se ponen de acuerdo sobre su naturaleza: fino y afilado, ancho y bifurcado, según quien lo cruce...
En un cuento rifeño recogido por Mohammed Ibn Azzuz en los años cincuenta, difundido por Rodolfo Gil Grimau en el libro, antología de cuentos, "Que por la rosa roja corrió mi sangre" (Ediciones de la Torre, 1988), un hombre pregunta a un alfaquí cómo es el ṣirāt. El sabio responde: Es más fino que un pelo de la cabeza y más afilado que la navaja de afeitar. Por esa prueba ha de pasar quien quiera salvarse en el otro mundo. Apesadumbrado, exclama el hombre: En verdad, señor, que ésa es la prueba de que, a nuestro paso por tan estrecho y puntiagudo camino que conduce al Paraíso, hemos de caer todos al Infierno.
Sea como sea, la tradición señala que los justos lo cruzan sin dificultad, los menos justos penan para pasarlo y los pecadores no lo cruzan. También, los islamólogos hablan de "al-ṣirāt al-mustaquīm" para referirse al camino recto por el que los creyentes llegan al Paraíso. La ruta la orienta El Corán. Por ejemplo en la sura 33, aleya 35, que nos recuerda, como decálogo, el Decálogo. La cita la tomamos de la traducción de Andrés Guijarro para EDAF: "En verdad, a los musulmanes y a las musulmanas, a los creyentes y a las creyentes, a los obedientes y a las obedientes, a los veraces y a las veraces, a los pacientes y a las pacientes, a los humildes y a las humildes, a los que dan con sinceridad y a las que dan con sinceridad, a los que ayunan y a las que ayunan, a los que guardan sus partes íntimas y a las que guardan sus partes íntimas, y a los que recuerdan mucho a Dios y a las que recuerdan mucho a Dios, Él les ha preparado un perdón y una inmensa recompensa."
Volviendo al concepto de ṣirāt como puente, recuerdo unas imágenes que me obsesionaron en la infancia. Aparecían en un devocionario blanco de esos que aún se utilizan como atrezo para fotografías de Primera Comunión: "Mi Jesús. Devocionario que ofrece a los niños el P. Luis Ribera. Misionero Hijo del Corazón de María. Nueva edición. 1965". En sus páginas había dos imágenes de puentes. En la primera, bajo el título "LOS MANDAMIENTOS de la Ley de Dios, observados" se dibuja un puente sólido cuyos pilares son los diez mandamientos, cumplidos. Sobre él circula gente. En pareja, en solitario... Un niño jugando con un aro. En una de las orillas se atisba el Cielo. Nubes y golondrinas. Bajo el puente, amenazan aguas agitadas. Tenebrosas. Ávidos animales: Caimanes o cocodrilos. Peces monstruosos como quimeras. Pero no hay peligro. El puente, observados los mandamientos, es firme. En la segunda, bajo el título "LOS MANDAMIENTOS de la Ley de Dios, quebrantados" aparece el mismo puente pero roto. De leyes incumplidas. El puente se desmorona en varios tramos y los transeúntes caen al maremágnum. Las fieras se ponen las botas. A algunas se les observa con la presa en las fauces. Hay quienes se agarran al cascajo pero es imposible la salvación. Para nadie.
Suerte que la educación religiosa que recibí no se ensañó con estos miedos. La fe que me dieron mis padres y que alimentaron con libertad, para mi libertad, los Salesianos no fue una fe de miedos. Pero a veces sueño que, después de echar su aliento y soplar en mi oído, me devora un monstruo.