Qué horror
Abandonad toda esperanza, salmo 193º
Eso es lo que a uno le entran ganas de exclamar, como todos los veranos, cuando se acerca a la cartelera del cine más cercano y observa impotente la oferta disponible: productos infantiles, remakes innecesarios, secuelas más innecesarias todavía (¿de verdad hacían falta cuatro películas sobre las carreras de coches de Vin Diesel y sus amigotes?), adaptaciones de best sellers literarios de baja estofa, robots transformables, comedias con Sandra Bullock y Lindsay Lohan y la enésima película de Harry Potter, al que un amigo al que deberían dar trabajo en Muchachada Nui llama con sorna "el gilipollas de la varita". Espero que Enemigos públicos y Up, que quisiera ver en breve, eleven un poco el nivel medio de la temporada, porque si no apaga y vámonos.
Por supuesto, tampoco se echan en falta películas de terror, ese género que vive un indiscutible auge comercial pero que al mismo tiempo experimenta un declive artístico igualmente indiscutible. No obstante, entre todas las nuevas versiones y las segundas, terceras y decimoquintas partes de sagas interminables todavía puede rescatarse algún título para pasar una estupenda mala tarde con un mínimo de dignidad y solvencia.
De digna y solvente puede calificarse a Exorcismo en Connecticut, aunque digan lo que digan no será la película que salve al género: pese a las buenas críticas recibidas en su país, la cinta del debutante Peter Cornwell "basada en hechos reales" (sí, claro, como todas las de su estilo) no pasa de ser un remedo de ideas y recursos vistos mil veces. El film, enésima revisión del género de las casas encantadas, recuerda demasiado a Amityville y similares, y por más que cuente con la competente labor de los actores Virginia Madsen y Martin Donovan y los implicados en el asunto se lo tomen en serio, clásicos como The Haunting o The Innocents daban muchísimo más miedo.
Quizá ese sea el principal problema de la película: que se toma a sí misma demasiado en serio. Y quizá por ello Sam Raimi, que es perro viejo en esto del cine (de miedo o no) entendido como espectáculo, opta en Arrástrame al infierno por volver a sus orígenes. Los que crecimos en los años 80 con Posesión infernal y su secuela-actualización Terroríficamente muertos, y para los que Raimi es mucho más que el realizador de la saga de Spider-Man, enseguida reconocemos el particular estilo de su autor, enfrascado de nuevo en una cuento de miedo de esos que se dramatizan al calor de la fogata... pero aquí pasado por el tamiz de un fanático de los cartoons de Tex Avery: la historia de la empleada de banca que niega un aplazamiento de embargo a una anciana que a cambio la maldice convirtiendo su vida en una pesadilla está contada con un ritmo vertiginoso que recuerda más a los desvaríos del Coyote y el Correcaminos (atención a la secuencia del parking) que a cualquier cinta del género estrenada en años. Y, dicho sea de paso, el final de esta película-carrusel, de esta montaña rusa de fotogramas, es apoteósico.
Hacía tiempo que no me lo pasaba tan bien viendo una película de miedo... porque con Los extraños, la última obra maestra del género, no se puede pasar bien de ninguna de las maneras.
Exorcismo en Connecticut y Arrástrame al infierno se proyectan en cines de toda España.