¿Qué mundo es este?
¿Qué mundo es este? Desde que tengo uso de razón me hago esta pregunta. Después de los atentados del viernes en París lo veo meridianamente claro. El ser humano camina a oscuras hacia la autodestrucción. Las guerras y el cambio climático lo demuestran.
Con la cumbre del cambio climático a la vuelta de la esquina, el terrorismo ha vuelto a tocarnos las cuerdas del dolor. El miedo es un sentimiento incontrolable con el que algunos juegan como si del ajedrez se tratara. El miedo deambula desde el viernes sin freno por las calles de París. Calles llenas siempre de carcajadas, música y vino, fueron por un momento una escena cruenta sacada de una película de Tarantino, y son ahora oscuridad, llantos apagados y rabia que se trasluce en ojos incrédulos. ¿Por qué este horror? ¿Por qué la muerte para algunos es más importante que la vida? ¿Alguien lo sabe? No lo creo. La creación del miedo, individual y colectivo, es el instrumento más bastardo de nuestra raza. ¿Qué mundo estamos dejando en herencia a nuestros hijos? La respuesta me da pánico. ¿Esto es el siglo XXI? ¿Seguro? Las imágenes últimamente son de pesadilla. La realidad siempre es más cruda que la ficción y lo que estamos viviendo lo confirma. Si Gregor Samsa levantara la cabeza pensaría con una sonrisa kafkiana que lo suyo fue un dulce sueño.
Decía Pérez Reverte en un artículo escrito a principios del año pasado, a través de las palabras de un interlocutor, que esto no es más que la tercera guerra mundial, que no nos damos cuenta pero estamos inmersos en ella. Esta vez, eso sí, nada tiene que ver con la primera y la segunda. Esta nos recuerda más a la época medieval, a las cruzadas, conquistas y reconquistas. Ahora los escudos y las espadas han dejado paso a los fusiles y a las bombas. Gran evolución la del ser humano. Aplaudamos. La sinrazón sigue siendo la misma. La justificación también. ¿La religión? ¿El poder? Seguimos dando pasos hacia atrás. Miremos si no el termómetro. La temperatura continúa en ascenso, los mares suben su nivel, los ríos se secan en la otra mitad de la Tierra, mientras las fábricas echan el mismo humo de siempre. No aprendemos. Dicen los expertos que en cien años habrá ciudades enteras anegadas y ciudades enteras que no tendrán una sola gota de agua para mojar los labios resecos de sus habitantes. ¿Paradoja? La vida es una constante incoherencia que nosotros hacemos crecer poquito a poco. Realidad.
La autodestrucción parece haber comenzado. Parece que hemos decidido coger el camino de la involución en vez del evolutivo. Todavía estamos a tiempo de cambiar este rumbo agorero. Pero cuidado, hay que darse prisa porque ya se escucha a lo lejos la risa simpática e irónica de nuestros primos lejanos los monos.