Que nadie vote
Ya sé que lo normal, al menos lo que a mí me han inculcado desde pequeñito, es que votar no es sólo un derecho, sino también un deber de todos los ciudadanos, entre otras cosas porque mucha gente luchó y aguantó 40 años de dictadura y una transición cogida con alfileres para que los españolitos de hoy podamos presumir de vivir en una democracia tan estupenda y aburrida como las del resto de países occidentales.
Por eso, desde las primeras elecciones democráticas ha habido una constante en España, esa por la cual todos los partidos políticos, con independencia de la lógica del sano enfrentamiento partidista, han pedido a los ciudadanos que fueran a las urnas, que ejercieran su derecho y su deber como demócratas, porque un gobierno cualquier gobierno respaldado por las urnas atesora un plus de legitimidad que refuerza las instituciones y con ellas la propia esencia de nuestro sistema representativo.
Y así ha sido siempre, 30 años reclamando con fuerza el voto cualquier voto, hasta el voto en blanco, infinitamente mejor que la abstención, hasta que ha llegado mi pariente Gabriel Elorriaga, secretario de Comunicación del Partido Popular, para decir una barbaridad de esas que se recordarán por los tiempos de los tiempos, hasta el punto de conseguir eclipsar el gran hallazgo de la campaña electoral: la niña de Rajoy, ese monumento a la estupidez y la cursilería ramplona.
Por si no lo saben, y es muy posible que no lo sepan, porque muchos medios afines a la causa se han encargado de silenciar el dislate, el Sr. Elorriaga, ignorando esas cosas de la globalización y la sociedad de la información, se ha pensado que podía conceder una entrevista para un medio extranjero sin que en España se enterara ni el Tato, y se ha despachado soltando una sarta de barbaridades en el prestigioso Financial Times que han venido de perlas al PSOE para afrontar el debate del lunes y la última semana (¡gracias, Dios mío!) de campaña. Literalmente, el artista ha dicho que toda nuestra estrategia está centrada en desalentar a los votantes socialistas creando las suficientes dudas sobre economía, inmigración y las cuestiones nacionalistas, admitiendo, además, que será muy difícil que el PP incremente sus votos, porque tenemos una imagen muy de derechas en este momento. Incluso nuestros votantes piensan que son más centristas que el PP, pero sus votantes son menos disciplinados que los nuestros y quizá se queden en casa.
Es decir, que se acabó el cuento del centro. El secretario de Comunicación del PP ha reconocido que la imagen de su partido es de derechas hasta para sus votantes, que afortunadamente no son tan ultramontanos como sus líderes. También que Rajoy sólo puede ganar si los votantes de izquierdas se quedan en casa. Y para rematar la faena, que si hace falta recurrir a la demagogia económica, el populismo barato y los bajos instintos con mensajes casi xenófobos para sembrar la duda, se hace, aunque eso provoque un gran daño a la imagen de España en el exterior y, en consecuencia, a la solvencia de su economía y de sus empresas. Lo más grave, con todo, es la confirmación de algo que muchos sospechábamos: la estrategia del Partido Popular ha pasado por la exageración y por la abstención, y yo no puedo dejar de preguntarme, parafraseando a Nacho Escolar, si hay algo menos demócrata que fomentar que la gente no vote.
Mi voto aún no está decidido, tengo que reunirme por última vez conmigo mismo. Pero sí tengo claro que voy votar. Y también a quién no voy a respaldar con mi voto.