Que parecían tirarle de la comisura y provocarle un rictus como de risa histérica
El hombre llegó al departamento hace unos cinco meses, debido a la política de reajustes de la organización; reacondicionamiento lo llaman ellos. Venía de otra ciudad, donde habían suprimido unos cuantos departamentos. El nuestro es el de Análisis Descriptivo. En él purgamos millones de datos para ver en qué medida se agrupan o dispersan en torno a un valor central, y así encontrar patrones coincidentes que sirvan para crear protocolos de actuación. [Pausa]
¿Sabe? Tendría unos cuarenta años, estatura y complexión normal (digamos que quizá midiera 1,70 y con algo de tripa), y una cara pasable si le mirabas el perfil derecho, porque el izquierdo era una cosa incomprensible. [Pausa.] Quizá debería utilizar otra palabra; no sé, a ver cómo lo explico sin que parezca ofensivo. [Pausa.] Tenía toda la piel, desde la sien hasta el cuello y desde la nariz hasta la oreja, del color de la carne cruda y llena deformidades que tanto se hundían como se abultaban, y cerca de la boca se le producía una profunda depresión que marcaba algo así como unos tendones casi visibles que parecían tirarle de la comisura y provocarle un rictus como de risa histérica (sobre todo si solamente le veías ese lado). Y además, toda la zona presentaba un aspecto húmedo, aunque evidentemente no estaba húmeda; bueno, nunca la toqué, pero siempre tenía ese aspecto, por lo cual es lógico pensar que no estaba húmeda. [Pausa.] ¿Sabe? Era imposible no mirarle aquel... [Pausa.] Cuando tenías que hablar con él tratabas de mirarle a los ojos haciendo un esfuerzo extraño para no desviar la mirada hacia aquello, hasta el punto de que a menudo no te enterabas de lo que te estaba contando. [Pausa.] Se notaba que en el departamento había una tensión subterránea desde su llegada. Todo el mundo intentaba disimularlo, pero era evidente que aquella cara estaba siempre presente, como una presencia subconsciente y... [Pausa.] Y en parte era porque el hombre hacía algo que a todos los integrantes del departamento (nadie lo decía abiertamente pero no se necesitaba ser una eminencia en psicología para darse cuenta) nos ponía secretamente de los nervios. [Pausa.] Cuando estaba sentado a su mesa y abstraído en su trabajo, el hombre se tocaba despreocupadamente aquella cosa con la mano izquierda. Se recorría lentamente las oquedades y los abultamientos rosáceos con una lenta familiaridad. El hombre lo hacía automáticamente, sin ninguna intención, durante horas, pero a todos nos revolvía el estomago que lo hiciera. [Pausa.] Por supuesto, nadie le dijo nada nunca, no había tanta confianza; además, ¿cómo le dices a alguien algo sobre un asunto así? [Pausa.] Hace dos semanas le dio un infarto y murió. [Pausa.] Y me cuesta decir esto, pero (no me malinterprete) la normalidad volvió al departamento. [Pausa.] Es decir, nadie se alegraba de que se hubiera muerto, por supuesto, pero al mismo tiempo se notaba que todos agradecíamos que ya no estuviera, y que ya no tuviéramos que verlo tocándose aquello ni que aguantar la mirada con nauseas cuando teníamos que hablar con él. [Pausa.] Y a los jefes también se les notaba un aire de cierto alivio, como si se hubieran desprendido de un asunto irritante. [Pausa.] En el entierro nos enteramos de que no estaba casado ni tenía hijos. [Pausa.] ¿Sabe? Descubrir aquello ayudó a que nos sintiéramos mejor; si tenía que morirse, por lo menos que no...