Queda implantada la última y definitiva gran reforma educativa
Y puedo decirles hoy que, con la afirmación hace unos meses (más exactamente el 17 de enero) por parte de Marcel Ducroy, estudiante de séptimo curso en el colegio público La Republique de la pequeña ciudad francesa de Saint Exupery, de que realmente estima a todos sus compañeros y de que sus pequeñas travesuras (bombas fétidas, palabras malsonantes en la pizarra, etc.) han sido una estupidez que ni él mismo comprende por qué las hacía, queda implantada completamente la última y definitiva gran reforma educativa en todo Europa.
En este año de 2017 por fin la civilización ha culminado un ciclo histórico, y la convivencia en los centros escolares ha llegado a la plena normalidad. Nadie insulta a nadie, la limpieza es ejemplar, los horarios se cumplen, los alumnos prestan sincera e inteligente atención, las materias impartidas representan los verdaderos ideales y anhelos de la naturaleza humana y no están contaminadas por pensamientos espurios o inconvenientes. En definitiva: el respeto y la devoción por el procedimiento educativo han llegado a sus más altas cimas, y ya nadie puede objetar ningún pero a la instrucción de nuestra infancia y juventud.
[Pausa. Aplausos de una efusividad autocomplaciente. Silencio.]
Ante este dato indudablemente contrastado (hay quienes todavía se empeñan en denunciar sucesos problemáticos aislados, que en realidad inventan para empañar este inmenso logro), las autoridades han mostrado su satisfacción y plena confianza en el mañana. Y precisamente hemos debatido en este congreso sobre cómo afrontar ese futuro, después de haber conseguido el estado ideal de la enseñanza en nuestra sociedad. El sector más moderado ha dicho que ahora lo más urgente es no caer en la precipitación ni el triunfalismo: Hemos llegado: el futuro puede esperar, ha dicho uno de sus miembros. Otros, sin embargo, han planteado volver a acercar la cambiante realidad física del mundo a los alumnos, aunque asumiendo que debería hacerse de forma sutil y progresiva. Algunos, incluso, se han atrevido a proponer de nuevo que se reconsidere cautelosamente el peligroso asunto de la utilidad social de la enseñanza. Inevitablemente, la mayoría ha recriminado que esos eran precisamente el tipo de juicios que habían enredado todo el asunto de la enseñanza en tiempos pasados. Si empezamos a hacernos preguntas, ya estamos como al principio, ha comentado uno de nuestros más insignes oradores. Y todo hemos reconocido que, aunque sería moralmente positivo que este logro se extendiera a los países del segundo y tercer mundo, si eso sucediera expondría el método a todo tipo de salvajes y localistas influencias, con el consiguiente peligro de que atravesaran los filtros fronterizos y corrompieran la estructura del sistema hasta destruirla. Lógicamente no podemos arriesgarnos a eso, de modo que estamos de acuerdo en mantener el procedimiento aislado y puro por el bien de nuestros infantes. [El amortiguado ruido de explosiones que llegan del exterior le interrumpe.] No se preocupen: no las provoca ningún alumno, son adultos, que se comportan como niños de los de antes. No es competencia nuestra. [Y un aplauso generalizado latiguea el recinto, envuelto en un murmullo de franca alegría y felicidad, mientras las molduras y filigranas de elegante escayola y las lámparas de araña empiezan a sucumbir a las extemporáneas sacudidas del tonto mundo real, que todavía cree que puede inmiscuirse en los gloriosos asuntos de la mente.]