Opinión

Querido Dios (Artículo de opinión)

Hola Dios. Ya me imagino que en tu extraordinaria omnisciencia no te habrás olvidado de mí, aunque sí –lo entiendo– te habrá sorprendido el hecho de que sea yo quien te escriba, ya que hemos mantenido cierta distancia en los últimos años. De todas formas, espera a leer esta carta para no torcer el gesto tan pronto. Dame, por favor, esa oportunidad. Gracias.
El propósito de esta misiva es el de presentarte un plan; mi plan. Se trata de un intento de mejora de la Humanidad en este planeta y aquí, perdóname que te lo diga, tú tienes algo de culpa: hace 2.000 años apareciste en él durante 33 años en los que realizaste actos maravillosos y lo dejaste con un mensaje escueto pero precioso: “Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo”. Recuerda que ya hablamos sobre esto: te he echado varias veces en cara que 2.000 años es demasiado tiempo, que debiste haber regresado varias veces más para recordar este mensaje…. y ¡así nos ha ido!

Te comento brevemente: aquel Imperio Romano que te crucificó terminó por claudicar y en su lugar surgió el feudalismo que propició que una minoría –que se declaraba fiel a tus designios– tuvo en sus manos y sus señoriales voluntades la libertad personal de mucha gente, unida a aquella elite por lazos de vasallaje. Por cierto, tu propia heredera directa en este mundo, la Iglesia Católica, se inventó el Tribunal de la Santa Inquisición que quemó miles de vidas porque consideraba que no seguían convenientemente tus proclamas amorosas.

Siglos después, la situación devino en una Monarquía Absoluta –legitimada por tu designio inescrutable por lo que se declaraba muy cristiana– que se hizo Todopoderosa y siguió sojuzgando a otros cientos de miles de vidas humanas. Costó varias revoluciones acabar con ella y eso significó que el color característico de las calles de muchas ciudades europeas fuera el rojo de la sangre derramada. Como puedes adivinar, tu mensaje de redención por medio del Amor no apareció en ningún momento.

Finalmente, llegó el sistema capitalista que se basa en la más absoluta codicia porque legaliza el acaparamiento de todo tipo de bien material y lo convierte en la única meta a seguir. ¿Te das cuenta? ¡El capitalismo te deja a un lado! ¡Lo que tú significas, esto es, la trascendencia natural del ser humano –de la que tanto hablamos en su momento–, queda en un segundo plano! ¡Ahora lo que realmente prima es poseer muchas cosas, presentar balances, equilibrar presupuestos, ofrecer fríos números y que éstos estén siempre con muchos ceros a la derecha!

Para mayor desgracia, este atesoramiento es corriente para unos pocos; el resto, debe subsistir en precarias condiciones: largas horas de trabajo, sueldos bajos, horas extras mal pagadas –muchas veces son gratis para las empresas–, expropiaciones de viviendas, problemas muy serios de acceso a la Educación, Sanidad y Justicia y un largo e igual de dramático etcétera.

Supongo que ya lo sabes pero te lo refresco: precisamente, en Villena hay personas que están cobrando menos de 700 euros mensuales trabajando 8 horas diarias durante cinco días a la semana y en horarios, a veces, terribles y desquiciantes. Con ese sueldo no se vive; se malvive. ¿Crees que eso impide conciliar el sueño a quienes se dedican a atesorar bienes materiales?

Llego a mi objetivo: Dios, te necesito. Debemos actuar conjuntamente para dotar de dignidad la vida humana que, desde que estuviste por aquí, no ha dado muestra alguna de ella.

En este trabajar juntos, yo me comprometo a seguir insistiendo, a tratar de preocuparme menos por los bienes materiales y compensarlo con estar más tiempo con la gente a la que quiero y me quiere; es decir, a poner en práctica tu mensaje: el Amor como redención humana. ¿Y tú? Pues no estaría nada mal que enviaras señales bien visibles a esa clase dirigente –empresarial y política– que vive a expensas de los demás, ya que la mayoría de ella forma parte de tu feligresía, acude a tus iglesias casi diariamente y dice practicar tu mensaje. Recuérdales que los llamarás a tu seno y que no podrán llevarse consigo ni dinero, ni yates, ni acciones bursátiles ni fríos números. Que de eso no hay donde tú estás. A ese grupo minoritario que se cree tan poderoso, recuérdale que no sea indiferente al dolor humano, sencillamente porque tú no lo fuiste en su momento.

¿Qué me dices, Dios? ¿Cooperamos? ¿Cuento contigo?

Fernando Ríos Soler

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