¡Quién fuera la roja!
Cuando escribo estas líneas es lunes 23, el día después del orgasmo nacional, y disculpen la expresión, por la vendetta española. Y para cuando vean la luz, los once hombres que la han llevado a término estarán o no estarán en Viena esperando un nuevo rival, habrán logrado el pase a la final o volverán a España, pero sea lo que sea aquello que queda por venir, hoy el sentir que despierta en mí la roja, la selección española de fútbol, es de envidia, de una pelusa sana pero intensa que deja paso a la ensoñación de pensar en todo aquello que seríamos capaces de obtener si nos dejásemos inundar por iguales torrentes de sensaciones para otros menesteres que viene tildados con mayor apremio o con más altos grados de necesidad.
Sí, sé que muchos y muchas pensarán que es bueno anhelar e ilusionarse, desinhibirse, desviar la vista de la realidad en algunos momentos y sacar del fondo gestos acordes con las circunstancias, que es muy aconsejable y saludable alejar por un tiempo todo aquello que nos acosa diariamente y abandonarse entre los brazos de este sentimiento que para muchos representan colores nacionales ligados al balón de reglamento, y también sé que probablemente estos no sea un sentir muy común en torno a esta entidad que dicen somos todos, aunque yo particularmente no me considere parte de ella. Pero reconozco que es lo único capaz de trasmitirme.
No voy a negar no haber sentido el dulce sabor de la venganza y me he alegrado de esta victoria porque sería faltar a la verdad, ni tampoco dejaré de reconocer que para esto de los deportes de equipo soy bastante negada y en ninguno encuentro nexo de unión, me aburren soberanamente. Pero esta circunstancia mía es la que me permite poder observar los comportamientos humanos en estos trances desde un balcón alejado que me concede la posibilidad de percibir la victoria lograda ayer por ella, por la roja, sin suscribirme a emociones que puedan acalorar la razón. Por ello, anoche, cuando mi vecino asomo la cabeza por la ventana para plantarnos a toda la calle a voz en grito un ¡goooool! que dejaba poco margen a la duda de los que como yo hacíamos otras cosas, cuando escuché a los pocos minutos los sonidos de claxon al unísono, cuando los cohetes rompieron la calma de la noche, no pude decir otra cosa que ¡quien fuera ella!
Quién o qué pudiera despertar en tanta gente un sentimiento compartido tan profundo y arraigado en el cual las decepciones no pasan facturas, y conseguir al igual que ella que 16 millones de almas que hicieron de las pantallas de televisión su patria durante algo más de dos horas, se aglutinasen en torno a causas reivindicaciones o luchas que mejores cosechas nos diesen. Quién pudiera ser cordón umbilical para alimentar desde dentro tal grado de pasión, tal entrega sin fisuras ni condiciones que lograra, al igual que sus resultados, risas y llantos tan sinceros. Qué causa no quisiera para sí arremolinar a su alrededor a hombres y mujeres sin distinción, porque en su entorno la igualdad está asegurada, a niños y mayores, a gentes de izquierdas o derechas, y conseguir que todos sin exclusiones empujen por el mismo propósito y con la misma fuerza. Qué noticia no quisiera ser retransmitida por locutores y comentaristas con el mismo grado de entusiasmo o decepción con los que narran sus partidos, según lo que toque, y que la distancia de esas voces planas y frías a la que nos tienen acostumbrados sea cual sea su índole, su relevancia, su interés general o su dramatismo, desapareciese.