Estación de Cercanías

Quiérete

Dicen que el 8 de marzo es el Día de la Mujer Trabajadora, pero voy a discrepar. Todos y cada uno de los 365 días del año se podrían denominar así para nosotras sin intención de ofender a los varones, que también tienen lo suyo. A pesar de no estar de acuerdo con la denominación de este día, que debería ir pensando en otras opciones que identifiquen más adecuadamente realidad y motivo, esta semana, como no podría ser de otro modo, mi compañera Esther, que ilustras mis palabras en la web y yo, la que firma y sale en la foto vamos a dedicarnos esta columna, a nosotras y a todas aquellas que luchamos por alcanzar ese escalón al cual se subió el hombre a costa de nuestro retraso, y que cada vez queda más cercano, se ve más pequeño, está a una distancia menos elevada para las mujeres.
Muchos aspectos podrían alimentar estas líneas, porque muchos son los frentes abiertos a la lucha y muchas las diferencias que todavía nos observan, pero esta vez no será la desgracia la que agüe el momento, y en su lugar intentaré ponernos en valor, porque tan importante como mentar a los que nos agreden o matan, a aquellos que demonizan relaciones y amargan vidas, lo es el reconocer públicamente y sin pudor que debemos querernos, admirarnos y reconocernos todo aquello que, ora por vergüenza, ora por no caer en la vanidad, ora por seguir costumbres heredadas, educaciones aprendidas o rituales establecidos, queda para nosotras, sin que lleguemos a verlo, propiciando con ello que de tanto esconderlo acabe por ser invisible. Pero estar, está, y tenemos que sacarlo a la luz al igual que las quejas, los reproches o los ruegos. Somos muy válidas, y como dijo Germán Dehesa (periodista y escritor mexicano), “los hombres deberíamos aprender que las mujeres son invencibles, imparables e insuperables”, y salvando las odiosas generalidades y conscientes de que excepciones a la regla siempre existen, tenemos que creérnoslo así para forjar inquebrantable ese escudo que nos proteja de pensar lo contrario, de considerar que somos la costilla quitada a un Adán y que resguarde tras de sí los muchos ¡no! que nos faltan por pronunciar a nuestro favor.

Para poder apreciar esta realidad, basta con mirar un poco a nuestro alrededor, compararnos con las que nos han precedido y volvernos luego a nuestro espejo para ver todo lo que hemos logrado. Hoy en día sabemos que somos capaces de sacar adelante a los hijos por nuestros propios medios, con nuestro trabajo y esfuerzo, y eso rompe cadenas y alivia condenas que en épocas pasadas fueron lastre pesado para muchas.

Sabemos, porque así se demuestra, que el trabajo fuera de casa es conducta normalizada y practicada por muchas de nosotras, que hemos sabido cómo llevar al día a día la conciliación familiar, esa asignatura pendiente con las familias de la que todos los que pueden ayudar se llenan la boca pero que, salvando al funcionariado, en la boca se les queda. Las universidades están llenas de mujeres que estudian para labrarse un futuro, y las casas de ingenieras que, sin titulación, fraccionan el euro a la milésima parte, estrujándolo para llegar a fin de mes, y son médicos, enfermeras, psicólogas o restauradoras de primera. Sólo tengo 600 palabras para alabar nuestros logros, pero cuento con todo el convencimiento para creer que podemos llegar allá donde nos propongamos, y para considerar imprescindible que empezar por querernos a nosotras mismas y por considerarnos iguales, sin peros ni excusas, es la piedra angular que nos debe ir equilibrando día tras día con ellos.

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