Algunos escritores lo son porque pensaron que escribiendo lograrían una vida de lujo y glamur, repleta de sesiones de firmas con colas kilométricas, contratos editoriales millonarios, múltiples adaptaciones audiovisuales y legiones de lectores dispuestos a dar su vida por ellos (spoiler: en el 99,99 % de los casos, sale mal). Otros empezaron a escribir tratando de emular a aquellos escritores a los que admiraban; y aunque luego se dieron cuenta de que no les llegaban ni a la suela de los zapatos y de que además no iban a poder ganarse la vida con ello (spoiler: en el 99,99 % de los casos, ocurre tal cual), ya era demasiado tarde para reciclarse y dedicarse profesionalmente a otra cosa. Y luego están los que son escritores porque no les queda más remedio, y es que necesitan contar las historias que se les van ocurriendo tanto como respirar. Roberto Malo es uno de ellos.
No recuerdo cuándo tuve noticia de él por vez primera. Pero aunque en persona solo hemos podido coincidir una vez recientemente (fue uno de esos estupendos encuentros inesperados que me traje de la visita al pasado Salón del Cómic de Barcelona), y al igual que el dinosaurio del mítico microrrelato de Augusto Monterroso que el escritor zaragozano cita en una de las columnas recopiladas en el volumen Malas ideas, es como si Roberto Malo siempre hubiese estado ahí. Supongo que el primer contacto se produciría vía Facebook, la única red social que para los que ya pasamos muy de largo de los cuarenta también ha estado ahí siempre. Pero da lo mismo; lo importante es que desde entonces vengo siguiendo religiosamente su producción como guionista de cómics, y tanto en esta misma columna como en las reseñas de la sección “Recomendamos” de esta sacrosanta casa (y también en mi algo menos sacrosanto blog) han podido leer mi opinión sobre Veo por ti, Los guionistas, Los Comiclowns, Supermala, La revelación, Ventanas y El contador de personas. Títulos todos ellos de naturaleza diversa: algunos están especialmente destinados a un público infantil o juvenil -no olvidemos que el prolífico Malo, entre otros menesteres, ejerce de cuentacuentos-, mientras que otros se orientan a un lector más adulto. Pero unos y otros coinciden en dejar patente el buen oficio del escritor que sabe construir una historia y atrapar la atención del lector desde la primera página para contarle lo que le quiere contar. Porque, como decía antes, en este caso no le queda más remedio.
A esta retahíla de cómics se suma ahora La identidad, su nueva colaboración con Chema Cebolla (un dibujante al que creo que también vale la pena seguir muy de cerca) tras Veo por ti: en esta nueva obra conjunta, los autores nos presentan a un fotógrafo que abandona su ciudad natal durante un mes para realizar un reportaje y que a su vuelta descubre que durante su ausencia todos sus seres allegados le dan por muerto... Y no por no haber tenido noticias de él, sino porque han despedido y enterrado a alguien totalmente idéntico a su persona. Contada así, esta premisa quizá no acabe de entenderse del todo; pero créanme que se comprende perfectamente cuando se lee esta novela gráfica que mezcla thriller policíaco y relato fantástico o de terror para reflexionar sobre, lo han adivinado, la identidad del ser humano. En resumidas cuentas: un cómic de setenta y dos páginas que se lee en un suspiro pero que deja poso.
Si hasta ahora había seguido fielmente la carrera de Malo como guionista de historietas, no había sido así respecto de su faceta como columnista. Hasta la fecha le había leído de forma muy intermitente, pero gracias al citado volumen Malas ideas he saldado una cuenta pendiente: estamos ante su tercera recopilación de columnas de prensa, esta vez setenta entregas publicadas en El Periódico de Aragón desde el 24 de abril de 2021 hasta el 22 de octubre de 2022. Pero no se crean que estamos ante columnas parecidas a las mías: lejos de la verborrea que me caracteriza, las suyas son mucho más comedidas (la gran mayoría de ellas se articulan en un único párrafo). Además, se acercan bastante más a lo que cualquiera esperaría de una columna de un periódico cualquiera; y las hay que parten de una anécdota personal que el autor refleja con el sentido del humor que le caracteriza, así como las que presentan más rasgos de carácter literario y pueden leerse como un microcuento de la estirpe del célebre escritor guatemalteco (sí, el del dinosaurio). Todo esto me lleva a pensar una vez más en algo que me lleva rondando por la cabeza desde hace casi veinte años: a ver si va a resultar que lo que yo escribo no son columnas de prensa.
Pero volviendo a las de Roberto Malo: también las hay que, como mis textos, dan cuenta de lecturas y visionados. Y moviéndose en un vasto territorio que, en términos novelescos, va de James Joyce a Harry Potter, pasearnos por sus páginas nos llevará a conocer su opinión sobre películas como la francesa Adiós, idiotas o la noruega La peor persona del mundo; así como descubrir algunas de las muy variadas filias de su responsable: el cuentista Hans Christian Andersen; Chuck Palahniuk, el autor de El club de la lucha; los músicos Pat Metheny y John Zorn; el cantautor Javier Crahe y la fotógrafa Ouka Leele, ambos ya tristemente desaparecidos; el actor Nicolas Cage (o el género Nicolas Cage, que como los vanpiros, también esite) y el realizador Quentin Tarantino se cuentan entre algunos de los artistas a los que admira y cuyas obras ha frecuentado de forma habitual. Por citar solo un ejemplo de muchos: de Tarantino recuerda tanto Érase una vez en... Hollywood, su penúltima película (y eso que la última todavía no se ha rodado), como la novela homónima que publicó poco después de su estreno; y a continuación manifiesta una rendida admiración por su trabajo. Algo que, como sabrán quienes más o menos regularmente lean mis columnas (o lo que quiera que sean), compartimos ambos... Y no es lo único: véase, sin ir más lejos (de Tarantino), su columna dedicada al inolvidable compositor Ennio Morricone. Ahora bien, si me quiero parecer más a Roberto Malo, solo me queda ponerme enseguida a escribir columnas, muchas columnas, pero de las de verdad. Y bastantes más relatos. Y alguna que otra novela. Ah, y un buen puñado de cómics... En fin, creo que es mejor rendirse a la evidencia y admitir que no, que no hay manera: que no me da la vida para ser Malo, y que me tendré que conformar con ser una buena persona que escribe columnas de prensa que quizá no lo sean.
La identidad y Malas ideas están editados por Cornoque / Malavida e Interludio respectivamente.