Algunos de los artefactos cinematográficos que resultan más difíciles de catalogar son aquellas películas construidas a partir de otras previas con el fin de contar algo nuevo. No son documentales, pues no pueden ser catalogados como obras de no ficción ni tampoco como trabajos de carácter divulgativo; pero entendidos como relatos ficcionales son, cuanto menos, bastante peculiares. Por esta razón, muchos de ellos -ya sean reinterpretaciones, apostillas o collages a base de retazos- suelen incluirse dentro de la categoría de “cine experimental”; pero qué duda cabe de que constituyen un corpus con sus propias particularidades dentro de ese totum revolutum que aglutina al cine no narrativo, más cercano al videoensayo pensado para proyectarse en bucle en un museo de arte moderno que a los títulos que ofertan las salas de cine.
Un perfecto ejemplo de ello es Terror Nullius, una fábula de venganza política en formato mediometraje con la que su realizador, que firma con el nombre de Soda_Jerk, construye un relato alucinado y alucinante sobre la historia de Australia a partir de escenas y fotogramas del cine manufacturado en nuestras antípodas. Así, y por citar solo algunas de las referencias empleadas, los hermanos errabundos de Walkabout se cruzan con Terence Stamp, Hugo Weaving y Guy Pearce a bordo de la caravana de Las aventuras de Priscilla, reina del desierto; Cocodrilo Dundee y su amiga periodista de Nueva York son testigos de la cruel y brutal caza del canguro de Despertar en el infierno; y el Max Rockatansky con las facciones de un joven Mel Gibson está a punto de toparse con las lánguidas adolescentes desvanecidas de Picnic en Hanging Rock. El resultado de esta particularísima mezcolanza con ecos del último tramo de la filmografía de Jean-Luc Godard es un relato distópico que lo mismo se asemeja a una comedia disparatada o una sátira política que a una película de terror gore o una road movie de autor; y que, una vez superado el estupor inicial, puede verse y disfrutarse como si de algo verdaderamente nuevo se tratase.
También puede englobarse dentro de este particular subgénero una propuesta como Big Big Big, producción española dirigida y protagonizada por la pareja formada por Miguel Rodríguez y Carmen Haro. Catalogada como “ensayo metafílmico”, este film deja testimonio de una experiencia tan curiosa como la de visionar la película Big (sí, aquella en la que un niño pedía el deseo de hacerse mayor y despertaba a la mañana siguiente transformado en Tom Hanks) treinta veces seguidas: solos o en compañía de familiares y amigos, en silencio o comentándola durante el visionado. El testimonio fílmico de tan peculiar performance, articulado en torno a varias conversaciones con quienes les acompañaron durante el reto, revela -al margen de que el cine mainstream de Hollywood es cualquier cosa menos inocente- mucho más de cada uno de los participantes que del film de Penny Marshall; y viene a demostrar que el cine es antes que cualquier otra cosa un espejo que nos devuelve nuestra propia mirada.
Pero si nos centramos en la cinematografía patria, posiblemente el clásico indiscutible de la relectura metafílmica sea Vampir Cuadecuc, la película que dirigió Pere Portabella en 1970 inspirado por una idea del poeta Joan Brossa y armada a partir del rodaje de El conde Drácula comandado por el infatigable Jesús Franco. El film original, que pretendía ser la adaptación más fidedigna a la novela de Bram Stoker de todas las realizadas hasta la fecha, ha pasado a la historia del cine (o del fantaterror español, al menos) sobre todo por la austeridad de sus decorados y por mostrarnos (y en esto sí fueron particularmente fieles al original literario) al único Drácula con bigote, encarnado de nuevo por Christopher Lee tras algunas de sus aportaciones al legado de la inglesa Hammer Films. Por su parte, Vampir Cuadecuc es un fascinante ejercicio metanarrativo que, haciendo gala de una gran capacidad de sugestión, desvela la tramoya del film de Franco producido por el británico Harry Alan Towers a la vez que le resta parte del metraje (supera con poco la hora de duración), los diálogos, el color... y llegado el momento hasta el bigote (y los colmillos) al vampiro; pero no limitándose a ello, con el paso del tiempo le ha arrebatado también la posteridad, adquiriendo un relieve muy superior a aquel; y ha terminado convirtiéndose en un título que no resulta sorprendente ver citado en las listas de las mejores películas de la historia del cine español, y a la cabeza de nuestra producción experimental junto a la obra de José Val del Omar, Álvaro del Amo, el Javier Aguirre más arriesgado o el primer Iván Zulueta.
Aunque yo haya tirado de mi videoteca particular para ver Vampir Cuadecuc en DVD, la tienen disponible -al igual que los dos filmes comentados- en el catálogo de Filmin. Y en esta misma plataforma, proveedora de continuos hallazgos para el cinéfilo de pro, pueden ver también como material extra adicional (o metametacomentario, si se nos permite el palabro) el documental Drácula Barcelona, en el que Carles Prats da voz a quienes participaron en aquella irrepetible coyuntura, ya sean los artífices fallecidos recurriendo a imágenes de archivo (es el caso de Jesús Franco y Christopher Lee) como los que afortunadamente todavía siguen entre nosotros (los intérpretes Jack Taylor y Jeannine Mestre; la ayudante de dirección Annie Setimó; el mismo Pere Portabella); junto a otros nombres como las musas del cine catalán del momento Teresa Gimpera y Serena Vergano o estudiosos como Carlos Aguilar (colaborador temprano de Jesús Franco y a la postre experto en su obra), Esteve Riambau (que aporta su saber a propósito de la Escuela de Barcelona) o Jordi Costa y Álex Mendíbil (especializados ambos en cine de culto y de género). El resultado es una gozada para los aficionados que gustan de conocer las bambalinas de la realización fílmica; y, este sí, un documental convencional... dicho esto sin ninguna connotación peyorativa, ni mucho menos.
Terror Nullius, Big Big Big, Vampir Cuadecuc y Drácula Barcelona están disponibles en Filmin.