Revelaciones

Resignación

Todo se retrasa, se anula, se pospone o se deshace como un azucarillo en el café caliente

Pues parece que lo de los malos olores no es algo del pasado. Lo que ocurre es que en otros tiempos la gente se quejaba y ahora todo da igual. En los últimos años el pulso que las autoridades han mantenido con los ciudadanos ha doblado definitivamente su muñeca por el clásico método del aburrimiento y lo que, en principio, podría parecerse a un ejercicio razonable de paciencia, ha terminado convirtiéndose en la costumbre abúlica de observar como todo se retrasa, se anula, se pospone o se deshace como un azucarillo en el café caliente.

No existe, sin embargo, ningún contubernio perverso de poderes ni ocultos ni visibles (¡stop conspiranoicos!) para que haya desaparecido toda capacidad de respuesta. De alguna manera se ha dado como el natural proceso evolutivo hacia el nuevo concepto de libertad de la “cañita” que ha fulminado cualquier atisbo de reacción popular organizada ante la negligencia de quienes transitan por la política únicamente con la buena voluntad de poner parches en la ropa cuando lo que se necesita es vestuario nuevo. Ya no hay programas de gobierno, hay “cosicas” que van saliendo y que se van arreglando como se va pudiendo. A eso nos hemos resignado.

Hemos dado por bueno que las obras se dilaten, sine die, sin que se den explicaciones razonables. No echamos de menos la ausencia de planes que corrijan definitivamente las deficiencias de los servicios municipales. No demandamos un estudio que evalúe los problemas de la tercera edad y prevea, a futuro, los cuidados, la vida digna y las posibilidades de actividad económica y empleo en torno a este sector tan importante de la población.

En plena transformación energética, a nadie le ha parecido raro la falta de información sobre la instalación de paneles solares individuales o de comunidades de vecinos mientras que se han ido agotando los plazos para aprovechar las subvenciones existentes. Nadie ha puesto en cuestión la privatizan de servicios, que anteriormente se municipalizaron, sin que exista otra causa aparente que no sea la falta de ganas de hacer una gestión pública de los mismos.

Se han previsto una y otra vez castillos en el aire, grandes inversiones (y expectativas de puestos de trabajo en torno a ellas) que después el tiempo se encarga de desmontar y dejar en nada. Se agotan legislaturas de distinto signo sin que los partidos políticos sean capaces de llegar a consensos transformadores de la ciudad y se van posponiendo algunos proyectos ambiciosos como la reforma de la Casa de la Cultura, la reapertura del Palacio Municipal o la nueva circunvalación de Villena… Todo esto sucede con la complacencia silenciosa de la mayoría; como si fuera normal; como si un elefante, con su lento caminar, fuera el único medio de transporte disponible y, con esas expectativas, mejor quedarnos donde estamos.

Eso sí, batimos muchos récords. El de metros cuadrados de terrazas de bares. El de horas de desfiles de moros y cristianos. El de tiempo perdido en discutir sobre el soterramiento de las vías del tren sin ofrecer jamás ninguna alternativa racional (este ya no hay quien nos lo quite). El de equipo de fútbol más internacional de regional. Y el de la feria de atracciones más larga de España, que traslada el mercadillo de los jueves desde el recinto ferial a las calles adyacentes dejando sin aparcamiento a las trabajadoras y trabajadores del barrio del mercado, dificultando el acceso a las viviendas y convirtiendo la zona, de viernes a domingo y fiestas de guardar, en una insufrible verbena con variadas músicas a todo trapo y simpáticos bocinazos de las atracciones que los vecinos tienen que soportar porque sí, porque la vida es tradición y costumbres ancestrales. Y si no te parece bien que, de 7 a 11, tu casa se parezca a una discoteca los días feriados, te vas del pueblo.

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