Cultura

Respirar y suspirar en el teatro

El pasado sábado en nuestro Teatro Chapí pudimos tomarle el pulso a la producción escénica nacional con la representación de La respiración, obra del reconocido dramaturgo Alfredo Sanzol, uno de los valores del panorama actual que además firma la dirección de la pieza. El premiado espectáculo del Teatro de la Abadía y La Zona, llegó a Villena con la actriz Rosario Pardo en el papel de madre, sustituyendo a Verónica Forqué, quien figuraba en el reparto original.
El texto de Sanzol parte de un personaje que entra en comunicación directa con el público, no solo en el monólogo de entrada, sino a lo largo de la pieza, compartiendo opiniones o estados de ánimo gracias a esta convención teatral que rompe la cuarta pared y al tiempo hace ensordecer al resto de personajes que permanecen escena. El toque nos trae el recuerdo, en este caso dada la neurosis de la protagonista, a aquel juego que Woody Allen supo llevar con acierto al cine. La protagonista, Nagore, es una mujer en crisis tras una ruptura sentimental, se nos muestra difícilmente accesible por su postura defensiva y sus cambios de humor. De modo que el único camino hacia ella es a través de su madre. Y será esta quien a través de un estrambótico grupo de yoga logre hacerla mover de esa zona en la que está anquilosada. El juego en el que Nagore se introduce va más allá de un simple lío de parejas: de pretendientes, de infidelidades, de engaños, propios de una dramaturgia de mayor edad. En este caso, en esta vida actual, moderna, la trama de amores y sexo es mucho más compleja, y abarca a todo el grupo de yoga, madre incluida. Y en ese círculo, Nagore descubre un mundo enorme fuera de su habitación llena de frustración y tristeza. Un mundo que debe asimilar y dar un valor.

La propuesta que nos hace La respiración, tanto en la dramaturgia como en la puesta en escena, no dista mucho de aquellas comedias o melodramas que pisaban nuestros teatros en los años ochenta o noventa (Palomas intrépidas, Hay que deshacer la casa…), salvo por una visión más contemporánea de los conceptos y de la estética escénica. La presencia de la mayoría de los personajes en la escena, observando y opinando gestualmente sobre el desarrollo de las escenas o los monólogos interiores, queda ligeramente justificada cuando la protagonista desvela la clave del juego al que asistimos. La mayoría de la pieza la vivimos con la sensación de que algo no avanzaba, las escenas hacen que sucedan cosas pero con cortos pasos pese a que intelectualmente las situaciones presentadas sean como poco extraordinarias. Como digo, todo se encamina hacia un proceso de recuperación del yo por parte del personaje, y todo ese camino se justifica en ese sentido. Una solución que no termina de rematar la historia y que nos deja un sabor de boca escaso después del artilugio.

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