Responsabilidad
Un día alguien dijo que los futbolistas cobraban las monstruosas cifras que se llevaban por jugar en ridículos pantalones cortos, porque no podía ser que por pegar tres balonazos se llevaran lo que no está escrito. Asumiendo ese mismo razonamiento, los políticos se lo llevan calentito a casa por algo parecido: por ser el blanco fácil de las críticas que a nivel social y político se generan de su propia gestión; porque está claro: esta gente no puede cobrar lo que está cobrando por su trabajo, su dedicación exclusiva o por lo brillante de sus cabezas: la mayoría de ellos, si estuvieran en la empresa privada, estarían en la calle antes de que se les calentara el asiento.
Así pues, digamos que los políticos representan ese factor necesario al que le podemos culpar de los males que nos aquejan. Así, si lo hacen mal, es culpa de ellos, y si lo hacen bien, es su deber. Pero en una democracia en la que se puede y se debe votar al que nos rige y el estilo con que lo hace, esto es un poco falso o no del todo cierto. En el sentido de que cuando mandaban dictatorialmente los caudillos y reyezuelos, uno no podía menos que encogerse de hombros y prepararse a esquivar el sopapo. No habiendo elegido al dictador de turno -de los que tenemos una larga lista- no podíamos sino sobrevivir. Otros eran los que mandaban.
Pero cuando somos usted y yo y el de más allá, con su voto o su no-voto, los que colocamos o provocamos que éste y el otro se pongan en la poltrona, cabe preguntarse qué parte de responsabilidad nos corresponde de los desmanes en los que incurran el alcalde o el gobernante de turno. Porque si bien ellos no son irresponsables (o no deberían serlo) nosotros, con nuestro voto, tampoco. O esa es la esencia de lo que se ha dado en llamar democracia.
Porque, ¿era necesaria una segunda legislatura para ver de lo que es capaz Zapatero? ¿Nadie conocía a Celia Lledó y sus capacidades? Pues si ellos son criticables, también lo son los que los auparon al poder o los que con su dispersión, provocaron que lo alcanzaran. Hay que dejar de mirar a otro lado y hacer un ejercicio de autocrítica. Porque vale que son los políticos, los modernos jerifaltes, los que mandan y regulan, pero somos los otros, todos los otros, los que los ponemos o los podemos quitar del cargo si no cumplen o no están a la altura. Y para eso hacen falta dos cosas: memoria y honestidad. Memoria para poder evaluar con sentido crítico lo bueno y malo de cada uno y honestidad para votar lo que de verdad se cree puede que ser mejor para el pueblo en el que uno vive. Sin votar de oídas, por herencia, porque el abuelo fue picador o porque hoy me he levantado chof. Votar con criterio y con sentido común.
Votar debería ser un ejercicio de honestidad personal en el que el que recibe el voto debe ser el más capacitado para afrontar la situación que le ha tocado, con todos sus matices.
Y yendo más allá: si hay más embarazos no deseados no es por culpa de Zapatero ni de Rajoy: es por que no te has puesto un condón. Si hay terrorismo, es porque hay fanáticos empeñados en defender sus locas ideas a bombazos, no porque la policía no haga su trabajo o el político lo desee. Si hay paro es porque la empresa se atasca, está poco cualificada y la banca no flexibiliza los tan necesarios préstamos; si hay precariedad laboral es porque el currante se acomoda, el sindicato mira a otro lado y el empresario sólo quiere hacer caja, sin importarle su prescindible trabajador. Si hay un vertido de crudo, es porque alguien se ha pasado por el forro la normativa. Es decir, que cada uno es responsable de lo que hace y de lo que no hace. No sólo el político, sino también usted, y el empresario, y el sindicalista, y el otro, y el de más allá, porque el sistema somos todos. Porque si todos fuéramos celosos centinelas de nuestras propias actividades, poca ley y menos policías serían necesarios.