Roberto, 47 años
Ya sé que no debo alegrarme, que no es mi estilo. Siempre he sido una persona sensata, dedicada a mi trabajo y mi familia, que huye de las situaciones comprometidas. Además, no le llamaría alegrarse, más bien desahogo, o gusto. No sé, no es fácil saberlo, no tengo antecedentes para comparar.
Pero lo cierto es que el suceso ha tenido un efecto liberador, o quizá iluminador, o quizá desatascador. No digo que tuviera que ocurrir, no es eso, pero cosas como ésa ocurren en todos lados, no sólo en Villena. El mundo entero se ha convertido en la misma película, con los papeles muy limitados. La misma información, los mismos códigos, la misma basura emocionalmente manipulada. Volvamos al asunto. Soy un honesto trabajador de banca, de los que no llevan corbata, pero de los que viste dentro de los parámetros de corrección. Ojo, nadie me ha dicho cómo debo vestir. No busques retorcidas explicaciones. No empieces con todas esas tretas de la presión subliminal y semejantes porquerías. Nadie me ha dicho cómo debo vestir, y me da igual cómo vistan los demás. De modo que esa mañana llevaba un pantalón marrón claro de doble pinza de Dockers, una camisa de Façonnable color crema cruzada verticalmente por finísimas rayas rojas, mis zapatos Clerks Zeus comprados en mi viaje a Londres y de mi hombro colgaba mi maletín Chiarugi marrón claro con documentos (como siempre) de vital importancia. Como ven, todo muy previsible. Caminaba por la calle San Antón cuando al llegar a la calle perpendicular Beatas Medina me asaltó un joven delgaducho en un estado de ira desproporcionado. Bueno, no sé si llamarlo desproporcionado, pero las muestras de ira siempre generan esa impresión, ¿no? Como de estar fuera de lugar. El caso es que me atacó y en sus ojos había un odio reconcentrado, una maraña de sentimientos contaminados que quizá ni él mismo comprendía, Dios le perdone. Seguramente necesitaba dinero para drogas, o para pagar deudas con la mafia. Qué sé yo. Pero ése no es el asunto. La cuestión es que me atacó e intentó quitarme el maletín. Me resistí, no sé por qué, quizá fue por eso que llaman instinto, quizá por algo que estaba dormido dentro de mí, pero me resistí. Y vaya si me resistí. Le zarandeé con todas mis fuerzas, y su brazo derecho fue a dar con el codo contra la esquina de la calle. Se oyó un crujido bronco, como cuando partes un palo seco, y el joven se tiró al suelo con espasmos y aguantando gritar. Entonces sentí esa cosa, no sabría cómo llamarla. Alegría es una palabra muy contaminada. Y le di varias patadas en el brazo, con decisión. No estaba enfadado con él, pobre chico. Pero sentí una nube subiéndome por el cuello.
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- Sí, la verdad es que me gustó.