Salvadores de las patrias
A primera vista, cuando me topé de bruces con su foto y el titular que acompañaba la noticia, pensé que se trataba de otra de estas informaciones lanzadas con reclamo exagerado para, cual mosca en tela de araña, pringarnos es ella, y pasé a la siguiente sin detenerme pero sin olvidarla.
Pasé pero volví. Y allí estaban las negritas sobre texto desafiando la extendida creencia de que la práctica nos aprovisiona de resistencia, preparación y templanza para poder enfrentar retos, llevar a cabo proyectos o simplemente para desarrollar una agilidad que nos proporcione el enfrentar ciertos usos con mejor presteza, pero eso es lo que dicen, porque no siempre lo dicho viene refrendado por la razón, y estas cortas frases suelen quedase como arengas de ánimo o consuelo dependiendo del hecho en cuestión, del momento, el lugar o sus protagonistas.
En esas andaba mi convencimiento, perplejo, mientras intentaba digerir el titulito: La ultraderecha italiana lista para patrullar las calles, y su sola lectura y el retrato del modelo que le acompaña, uno de estos ultras ataviado con uniforme de pretenciosas intenciones lleno de escudos y símbolos fascistas, incluido el brazalete, me han regalado una inquietante sensación de temor que me ha erizado de norte a sur y que ha sido sonada bofetada que me ha sacado sin miramientos de esa falsa ilusión que me engañaba, pues no por mucho escuchar, ver y leer, estaba preparada para esto, pues esta información que sin pena ni gloria colgaba de un diario digital me trasladó de inmediato a otra época de la historia en blanco y negro sobre rojo, que firmó miles de muertes en pos de la integridad patria y la pureza de una raza, y la constatación de que, aquí y ahora, estos desviados pensamientos que vuelven a las calles con idéntico objetivo y a pecho descubierto me horrorizan.
Cada vez que escucho esto de la integridad nacional me lanzo a la desesperada en busca de aquellos rasgos que puedan definirla y sigo sin encontrarlos, o acaso, sin verlos, posiblemente debido a una inducida ceguera que me lleva a creer que sí somos diferentes por motivos de nacimiento, de costumbres mamadas, de colores de piel o de dialecto, pero ser diferente no es ser mejor o peor, esos valores los dan las actitudes ante los demás y para con nosotros mismos. Las distancias las marcan otros factores que nada tienen que ver con lo meramente físico y aparente, sino que paradójicamente lo que más nos enfrenta es el transparente pensamiento de cada uno de nosotros. Por eso, siempre que tengo que dilucidar sobre la cuestión patria y el orgullo de sangre, se agolpan en fila, pugnando por salir, infinidad de cuestiones sin respuesta que solo me llevan en su conjunto a pensar que estos inflamado brotes de nacionalidad son simple y llanamente otra argucia manipuladora de los gobernantes que, de nuevo, en un demoledor y peligroso juego, sustraen de estos autodenominados salvadores de la patria las violentas e intolerantes energías de las que se nutren los radicalismo más extremos para engordar sus causas a costa del volver a enfrentar a gentes que habitan el mismo suelo.
De este instante de la partida la historia ya nos habló con dantescas consecuencias. Así que no me queda otra que confiar en las nuevas generaciones y esperar que las páginas que los podridos de poder obvian adrede sean repasadas por muchos de nosotros, y que la mesura, la concienciación y la valentía supla la obscena avaricia de este Berlusconi al que ningún criterio moral ampara y la de aquellos imitadores que sin duda le saldrán.