De recuerdos y lunas

Saramago

En "La caverna" de José Saramago, el alfarero Cipriano Algor dice a su hija Marta: "las palabras son sólo piedras puestas atravesando la corriente de un río, si están allí es para que podamos llegar a la otra margen, la otra margen es lo que importa, [...] A no ser que esos tales ríos no tengan dos orillas sino muchas, que cada persona que lee sea, ella, su propia orilla, y que sea suya y sólo suya la orilla a la que tendrá que llegar".

Separemos, si se quiere separar, el genio del ingenio. Genio, entiéndase aquí necesariamente como carácter, como ser. Quien por prejuicios ideológicos, sólo por esto, le hiciera la cruz a José Saramago y dejara de leerlo renunciando al ingenio del escritor, él se lo ha perdido. Otra cosa es que sus obras –sus palabras– nos gusten o no. Nos atraigan o no nos atraigan. Nos conduzcan a alguna orilla. Entonces cabe el dicho ese de que contra gustos no hay disputas. A mí me gusta su literatura. Y hablo en presente, hablaré en presente, porque Saramago muerto ya vive en la eternidad.

Como a muchos lectores que conozco admiradores del escritor portugués, definitivamente Saramago nos enganchó con "La balsa de piedra". De esta novela me sedujo especialmente su grito iberista: España más Portugal, Portugal más España. También Andorra. En unidad y... ¿A la deriva?... Publicada precisamente cuando España y Portugal entraron en la Unión Europea, entonces Comunidad Económica Europea, la trama nos concilia con lo peninsular. También me cautivaron algunos pasajes de enamoramiento entre los protagonistas, especialmente los recorridos entre Ana Carda y José Anaiço, –grandes caminantes "que en tan poco tiempo fueron capaces de andar tanto"– andar tanto en el amor se entiende: "Se besaron ansiosos, ávidos, no fue un relámpago sino una sucesión de ellos, las palabras fueron menos, es difícil hablar en medio de un beso, pero, en fin, pasados unos minutos, pudieron oírse".

Me gusta Saramago porque es de esos escritores que explotando lo abstracto hasta el surrealismo retratan magistralmente la realidad. Javier Reverte en "La aventura de viajar. Historias de viajes extraordinarios" distingue: "Hay escritores capaces de crear excelentes novelas a partir de su propia capacidad inventiva, en un solitario proceso de abstracción. Son pocos. La mayoría precisamos de una inmersión profunda en la realidad y de los olores de la vida. Necesitamos escuchar historias para imaginar lo que queremos contar, aunque transformemos la realidad a nuestro acomodo." No sé si entre esos pocos que decía Reverte pensaba en Saramago. Yo sí. Es lo que más me gusta en él. Esa capacidad para descubrirnos la realidad desde una tramoya irreal, fabulosa.

Uno de los penúltimos libros que me han regalado ha sido de José Saramago. Se trata de "El cuaderno". Una interesante publicación que recoge textos escritos para un blog entre septiembre de 2008 y marzo de 2009. Aquí, a modo de diario, se nos desnuda en sensibilidades e inquietudes. Me llegó desde la generosidad de Francisco Martínez Catalán. No tenía por qué haberse molestado pero él creía que tenía que agradecerme nada. Ojalá ese hermoso proyecto que ronda tiempo su cabeza vea una materialización que le satisfaga. Y que encuentre las palabras que con honra puedan acompañar muchas imágenes bellísimas suyas que –el tiempo pasa– ya son para nuestro dolor historia. Muchas. Aunque a lo mejor como Joaquim Sassa, otro de los protagonistas de "La balsa de piedra", nos preguntemos interiormente si vale la pena ver las cosas verdaderas tras haber visto su imagen. Y más cuando, como hemos dicho, la imagen es memoria. Paco Martínez desde su inteligencia sabrá.

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