Después de muchos años soñando con ella, El irlandés es por fin una realidad. Del proyecto se venía oyendo hablar desde hace unos quince años, cuando el guionista Eric Roth regaló entusiasmado al actor Robert De Niro, mientras ambos trabajaban juntos en El buen pastor, un ejemplar de un libro entonces recién salido del horno que al parecer revelaba la implicación de Frank Sheeran, un pistolero a sueldo de la mafia, en la desaparición de Jimmy Hoffa, presidente del sindicato de camioneros y quien fuera una de las personas más poderosas de los Estados Unidos durante los últimos años de su vida. Después de leerlo, fue el propio De Niro quien -como ya hiciera un par de décadas atrás con la historia de Jake LaMotta que acabó convirtiéndose en Toro salvaje- fue en busca de su amigo Martin Scorsese dispuesto a convencerlo de que allí había una oportunidad única para volver a colaborar juntos, algo que no hacían desde Casino.
Pero el tiempo fue pasando, y ambos fueron encadenando otros compromisos por separado además de encontrarse con serias dificultades para financiar una historia que necesitaba de un metraje considerable y de un presupuesto lo suficientemente solvente como para financiar unos efectos digitales que rejuvenecieran a algunos de sus protagonistas principales. Hasta que Netflix hizo acto de presencia y... el resto es historia. Historia del cine, de la televisión, de la narración fílmica, de la exhibición audiovisual y de algunas cosas más.
El pasado 15 de noviembre, el estreno restringido de la película la llevó a algunos cines españoles. Muy pocos, y en el caso del que esto suscribe las salas más cercanas fueron una en Valencia y otra en Águilas, localidad con una población más o menos similar a la de Villena (desde aquí, pido un hurra para los exhibidores de Multicines El Hornillo, que por lo visto le arrebataron el estreno a Murcia capital). El 27 del mismo mes, menos de dos semanas después y tal y como se había anunciado con anterioridad, la película ya estaba disponible en la plataforma de pago para el disfrute de sus abonados... Incluido yo, que no estaba en disposición de trasladarme a Valencia y mucho menos a Águilas por muy scorsesiano que me considere.
La crítica profesional, por lo general, ha saludado a El irlandés como una de las mejores películas del año. Pero entre la cinefilia no ha habido tanta unanimidad si atendemos a lo que se dice de ella en las redes sociales: un discurso articulado en varias críticas puntuales -algunas puestas de manifiesto por espectadores a los que respeto y siempre leo con atención, esté a favor o en contra- que trataré de enumerar y contestar a continuación, aun a riesgo de ser más papista que el papa; o, en este caso, más scorsesiano que Scorsese.
Esto ya lo he visto antes, y además hecho por los mismos. Los que aducen esta razón afirman que El irlandés no aporta nada que Scorsese no haya contado ya antes, y además con los mismos actores. Me pregunto si también le pusieron peros a lo que aportaban o dejaban de aportar John Ford y Howard Hawks con sus últimos westerns con John Wayne (Hawks llegó a autoplagiar su Río Bravo en El dorado), Alfred Hitchcock con su enésimo film de suspense con James Stewart o Cary Grant, u Orson Welles con otra adaptación shakespeariana más dirigiéndose a sí mismo.
Esto no es igual o no está a la altura de lo visto antes, y que además hicieron los mismos. Esta aseveración, que parece contradecir la anterior, responde a las siempre peligrosas expectativas y a la película que cada uno se monta en su cabeza antes de poder ver la que el director y su equipo han podido o querido ofrecerle. Al parecer, Scorsese ya no está en forma, y su nuevo relato gangsteril no alcanza la altura de, muy particularmente, Uno de los nuestros. Algunos también se acuerdan de Casino, y los menos de Infiltrados; de la seminal Malas calles no parece acordarse nadie. Esta decepción se ha concentrado sobre todo en el ritmo, más reposado, del relato, y que puede identificarse con el cambio de registro de Joe Pesci: después de encarnar a dos personajes psicopáticos en Uno de los nuestros y Casino, en esta ocasión da vida a Russell Buffalino, un gángster reflexivo y de sangre fría. Quienes querían un nuevo recital de sobreactuación se han tenido que conformar con el trabajo de Al Pacino (excelente, por otra parte) como Hoffa. Quienes nos hemos quedado boquiabiertos con este nuevo Pesci, esperamos que repita estatuilla como mejor actor de reparto del año. En cuanto al ritmo de la película, en efecto más sosegado que el de los otros filmes mencionados: El irlandés es un relato otoñal de principio a fin -literalmente-, y del que diría que es a las películas de mafiosos lo que Sin perdón al western de no ser porque eso ya se hizo antes... y no fue Scorsese, sino un maestro del cine del oeste como Sergio Leone y su Érase una vez en América. Con Robert De Niro, precisamente.
Esto o aquello no me gusta. Este apunte engloba muchas críticas subjetivas, y como subjetivas que son poco puede decirse a favor o en contra porque, lógicamente, todos estamos en nuestro derecho de señalar que algo nos gusta o disgusta sin necesidad de aportar argumentos de peso. Pero como prueba de lo subjetivo que es el asunto: decía una buena amiga mía que cómo se ha atrevido Scorsese a utilizar una canción de la banda sonora de Dirty Dancing -“In the Still of the Night” de The Five Satins-, supongo que porque escucharla le retrotrae a su experiencia como espectadora de una película que, imagino, le gusta o al menos forma parte de su educación sentimental. Como a mí Dirty Dancing siempre me pareció una nadería y la he enterrado junto con todas sus canciones en lo más profundo de mi memoria, no caí en la coincidencia hasta que esta amiga me lo señaló. Pero a mí lo que me molestó fue que el realizador de aquella, Emile Ardolino, utilizara “Be My Baby” de The Ronettes en una secuencia del film, porque esa canción será por siempre la de los créditos iniciales de, vaya por dónde, Malas calles de Scorsese: escucharla y ver viejas grabaciones en Super-8 de Harvey Keitel (también presente, aunque brevemente, en El irlandés) es todo uno. Donde las dan las toman, Baby.
Es muy larga. Esta crítica es mi favorita. No creo que haga falta convocar a titanes del metraje elefantiásico como el gran Jacques Rivette, el filipino Lav Diaz o el argentino Mariano Llinás... cuya última película alcanza las catorce horas de metraje y deja al último Scorsese a la altura del cortometraje. Tampoco recordar que el propio realizador italoamericano ha filmado documentales igual o más extensos que El irlandés, como los dedicados al malogrado beatle George Harrison o a la historia del cine italiano. Ni siquiera merece señalar que no recuerdo a nadie que se quejara de lo que duraban clásicos como Ben-Hur, Los diez mandamientos o Lawrence de Arabia (las tres, de más duración que El irlandés), la citada Érase una vez en América (que superaba en veinte minutos a la que nos ocupa), o taquillazos más recientes como Braveheart o las tres partes de El Señor de los Anillos; de hecho, las tres películas más taquilleras de la historia (Vengadores: Endgame, Avatar y Titanic) no bajan de las tres horas. Me quedo con la jugosa anécdota de que hay quien propone ver El irlandés troceada como si fuera una miniserie de cuatro episodios (con indicación expresa de por dónde debe partirse) en estos tiempos en los que muchísimos consumidores de la propia Netflix se someten a maratones de varios episodios (y muchas horas) de sus series favoritas. Me lo expliquen, por favor.
Los retoques digitales me sacan de la historia. Este argumento es de los más repetidos, y no dudo en la sinceridad de quienes lo ponen de manifiesto. Pero me sorprende la capacidad que tiene el ser humano de entrar en una ficción aceptando a cualquier actor reconocible en su enésimo papel sin poner en duda el relato. Lógicamente, nadie le puso pegas a Robert De Niro atracando bancos en Heat por haberlo visto antes llamado a filas en la guerra de Vietnam en El cazador. En cambio, si se rejuvenece al mismo De Niro para interpretar dos épocas distintas de un mismo personaje, no se acepta porque se nota la trampa y el cartón (al margen de lo más o menos conseguido de la técnica CGI, porque el rostro del joven De Niro digital no se corresponde del todo con el joven De Niro real al que vimos en, por citar una de muchas, Novecento). En lo que a mí respecta, noté el retoque durante los primeros veinte segundos en que aparece en escena, para enseguida aceptarlo con toda naturalidad. Y quiero recordar que es muy posible que a partir de ahora esta técnica empiece a usarse de forma más asidua, lo que conllevaría que el espectador medio se acostumbre a ella como una convención cinematográfica más. Estaríamos hablando entonces de Scorsese como un cineasta adelantado a su tiempo. Una vez más.
Uno de los personajes femeninos más importantes del film prácticamente no habla. Muchos recordarán a Anna Paquin como una de las intérpretes oscarizadas más jóvenes de la historia gracias a su papel de la hija de Holly Hunter en El piano, y que aquí encarna a una de las hijas del personaje de De Niro en su etapa adulta. En efecto, Paquin apenas pronuncia un par de palabras a lo largo del dilatado metraje, pero convertir a una actriz reconocida y de cierto prestigio en un testigo casi tan silencioso como lo era su madre en la ficción de Jane Campion consigue el efecto deseado: que esas dos palabras pronunciadas en la parte final de relato caigan como una losa y su eco resuene hasta alcanzar los títulos de crédito. Amigos ofendiditos: no habéis entendido nada.
No es una obra maestra. Esto se desmonta por sí solo. ¿Qué es una obra maestra? Llevamos debatiendo sobre ello desde hace siglos, y todavía no hemos llegado a una conclusión clara. Lo que sí sé es que yo entiendo por maestra una obra que perdure en el tiempo y que soporte revisiones, relecturas y adaptaciones varias sin perder un ápice de su atractivo o su importancia. Por lo tanto, me resulta imposible saber a estas alturas, por más que muchos demanden juicios semejantes con una premura que no procede, si El irlandés es una obra maestra. Pregúntenmelo dentro de diez años. O mejor: de veinte. Lo que sí sé es que es una película excepcional, y que dado que su principal responsable ya nos ha ofrecido unas cuantas más que probadas (además de varias de las ya citadas, añadiría Taxi Driver y La edad de la inocencia), no me extrañaría que lo fuera ni lo más mínimo.
Dicho todo esto, no creo que haga falta insistir en que recomiendo que vean esta lección de cine, y que después juzguen por ustedes mismos. Porque lo más preocupante del asunto no es que a alguien no le haya gustado El irlandés, cosa muy lícita ella; sino que muchos dejen de verla impulsados por cualquier comentario vertido en Internet. Y es que no pueden imaginarse la de veces que he leído en los últimos días comentarios como “Pues no sabía si verla o no, pero después de leerte creo que paso” o similares como respuesta a cualquiera de las críticas enumeradas arriba. Francamente preocupante. En cuanto a los que sí se aventuren a partir de ahora a ver El irlandés merece aclararse que se encontrarán con unos brevísimos créditos en los que el título de la película parece ser otro: I Heard You Paint Houses (“He oído que pintas casas”). Esta frase, que se explica enseguida en el relato -es una expresión en clave referida a la labor como asesino a sueldo de su protagonista principal-, es el título original del libro de Charles Brandt en el que se basa el film y que Eric Roth regaló a De Niro años ha. Un libro que la editorial Crítica editó en su día con el título de Jimmy Hoffa. Caso cerrado y que aprovechando el tirón del estreno se ha vuelto a poner en circulación con el título y el cartel con los principales intérpretes del film en la cubierta. Un auténtico best seller dentro del true crime o literatura de no ficción y de temática criminal que ha sido adaptado nada menos que por Steven Zaillian (en su currículo destaca La lista de Schindler, pero también American Gangster o Moneyball); y cuya lectura se convierte en el complemento perfecto del visionado de la cinta.
Y si después de sufrir las al parecer tan traumáticas e inabarcables tres horas y media de El irlandés no se han cansado de Scorsese ni de Netflix, en el catálogo de esta pueden encontrar otros trabajos del director, uno de ellos realizado también en exclusiva para la plataforma: Rolling Thunder Revue pasa por ser el segundo documental que dedica a la figura de Bob Dylan -el primero sería No Direction Home-; pero tal y como sugiere el subtítulo de “Una historia de Bob Dylan por Martin Scorsese”, este relato de una de las giras más míticas del músico es un mockumentary o falso documental, el primero en la carrera del director si no me falla la memoria. Confieso que logró colármela durante buena parte del film, pero cuando creí reconocer a Michael Murphy, antaño actor fetiche de Woody Allen y Robert Alman, en la piel de un político que aporta su testimonio al relato, me quedé con la mosca detrás de la oreja. No obstante, e independientemente de la proporción de verdad y mentira de su contenido, estamos ante un retrato de Dylan y de la contracultura de los setenta fascinante hasta para los no iniciados en la vida y milagros del cantautor y Nobel de Literatura; y otro espléndido film del mejor cineasta norteamericano vivo. Uno más, otra vez más.
PS.- Podría disculparme por la extensión de la columna, pero como es una columna scorsesiana no voy a pedir perdón por extenderme lo que he considerado conveniente. He dicho.
El irlandés y Rolling Thunder Revue están disponibles en Netflix; El irlandés (Jimmy Hoffa. Caso cerrado) está editado por Crítica.