Se abre la puerta y aparece un pulpo enorme con bata blanca que se queda flotando
Me despierto despacio y desorientado, en lo que parece ser una extraña habitación de hospital completamente llena de gelatina ardiente, y de inmediato sé que me han extirpado el corazón. No sé cómo lo sé, pero lo sé. La puerta tiene tres metros de altura y no es exactamente rectangular.
Se abre y aparece un pulpo enorme con bata blanca que se queda flotando en el viscoso líquido, al lado de la cama, y de inmediato asumo que es un médico. Detrás de él aparece otro pulpo, también con bata blanca, que se coloca al lado del primero. Este es una enfermera. Son aparentemente iguales, pero por alguna razón misteriosa yo puedo distinguirlos. De hecho, la enfermera pulpo me resulta incluso sexy, aunque a saber por qué. El pulpo médico habla como si tuviera jabón en la boca, pero lo entiendo. Dice que han salvado mi corazón por poco, y que ahora está en la sección de cuidados intensivos bajo estricta vigilancia. Le pregunto que cuál es la razón por la que han tenido que extirparme el corazón. El pulpo médico dice que estaba lleno de cosas oscuras. ¿Tumores?, le inquiero. No, temores, manías, envidias, prejuicios, perversiones, odios, fobias..., cosas de ese tipo, añade con semblante condescendiente. La enfermera pulpo asiente con lealtad. Vaya, digo yo, no sabía que el pobre estaba tan mal; yo siempre he intentado cumplir con mis obligaciones familiares, laborales y sociales. El pulpo médico entrecruza varios de sus tentáculos y pone cara de estar escuchando la misma excusa de todo el mundo. Después acerca su cabezota a la mía y me dice, con el tono severo de un director de colegio, que el examen de mi corazón no deja ninguna duda de que soy una persona racista y sectaria. ¿Racista y sectaria? Muy racista y sectaria. ¿En qué sentido? Racista y sectaria del tipo de persona que a espaldas de los demás va soltando juicios de valor tendenciosos y propagando basura psíquica. Pongo una cara de sorpresa quizá algo exagerada, lo reconozco. No le entiendo señor pulpo médico, yo me considero una persona tolerante, comprensiva y razonable. El pulpo médico suelta una risotada. La enfermera pulpo me mira y mueve su cabezota como diciendo ya te vale. Empieza a molestarme la pretenciosa actitud de estos pulpos; bichos, por otro lado, enteramente fuera de toda lógica animal, porque, a ver, ¿qué sentido tiene que estos cefalópodos enormes lleven bata y hablen y me juzguen así? Todo esto es un montaje, les digo levantando un poco la voz, aunque con cierto temor, no sea que se enfaden y me descuarticen con sus tentáculos enormes. ¿Por fin te has dado cuenta?, dice el pulpo médico con una risita maliciosa, e inmediatamente él y la enfermera pulpo hacen el típico gesto de sacarse el jersey por la cabeza, pero lo que en realidad se quitan es la bata y la piel entera, y debajo aparecen dos enormes cangrejos feos y asquerosos parecidos al cangrejo araña japonés, y me entra el pánico absoluto, porque se me acercan y el cangrejo que antes era el pulpo médico me dice que qué tengo contra los crustáceos decápodos en general y los cangrejos en particular, pedazo de racista y sectari... y despierto empapado en sudor, en la hamaca de la playa, ardiendo bajo el sol como un filete muy pasado, y mi mujer, que viene de refrescarse en el agua, me dice que voy a pillar una insolación y me va a dar algo, y más después de atiborrarme a marisco en la comida, que no he dejado ni los bigotes de las gambas.