Se cruzaría conmigo y no sentiría ni miedo o deseo o peligro o pena o piedad
Si usted se cruzara conmigo por la calle solamente vería a un hombre de unos sesenta años, vestido pulcramente, de escaso pelo blanco, algo pasado de peso, bajo de estatura, de gestos contenidos y expresión cordial, aunque no demasiado cordial. [Apoya las dos manos sin flexionar los codos en el muro que hace de barandilla de la azotea, y mira con gesto taciturno la compleja extensión de tejados de la ciudad.]
Usted vería a un hombre anodinamente elegante que pasea por el parque o la plaza mayor llevando un diario bajo el brazo izquierdo y un bastón en la mano derecha. Alguien a quien usted no miraría más que unos dos o tres segundos insustanciales mientras se dirige a la peluquería o a las tiendas de moda. Se cruzaría conmigo y no sentiría ninguna emoción especial, ni miedo o deseo o peligro o curiosidad o pena o piedad. Y así es como debería ser, porque usted no sabría mi secreto. [Se desabrocha lentamente los botones centrales de la camisa, separa las dos partes con un gesto claramente cinematográfico, y deja ver la icónica imagen de una S roja dentro de una forma de diamante amarilla rodeada de azul.] Vi la película en marzo del 79. [Comienza a desvestirse.] Yo tenía entonces 29 años, llevaba seis trabajando como contable en una aseguradora de ámbito nacional, y tenía todo bajo control. Pero vi la película y algo ocurrió dentro de mí. Lo primero que hice fue conseguir un traje de Superman. Era un traje bastante malo, con colores poco atractivos; entonces no era fácil conseguir uno de calidad. En cuanto llegué a casa me lo puse con la emoción de una auténtica y significativa primera vez. No me quedaba especialmente bien, pero lo importante fue que en aquel mismo instante supe que ya siempre llevaría un traje como aquel debajo de mi aséptica indumentaria habitual. [Termina de quitarse la ropa y deja ver un traje completo de Superman muy ceñido, de colores espectaculares, que marca impertinentemente su poco agraciado cuerpo.] La decisión de llevar este traje en secreto debajo de la ropa me ha obligado a sacrificarme y me ha impedido hacer muchas cosas en la vida, como casarme o tener relaciones sexuales, empujándome a una existencia completamente solitaria. En cuanto al difícil tema del verano, y para evitar temperaturas que convirtieran mis eternas camisas de manga larga en algo anacrónico y extraño, inmediatamente pedí el traslado a la ciudad más fría del país, de modo que nunca volví a estar en la playa; y por fortuna jamás he estado enfermo, porque no sé cómo hubiera podido explicarlo sin que me remitieran a psiquiatría. [Se sube con poca habilidad al muro barandilla de la azotea y se sienta con los pies por fuera, doce pisos más arriba del gris asfalto de la calle.] Y aquí estoy ahora, en la azotea de la aseguradora, por última vez. ¿Sabe usted lo que es un héroe? Una persona que supera innumerables obstáculos, anónimamente, día tras día, sin esperar recompensa, sacrificando su vida entera, cumpliendo con su deber, hasta el final. ¿Y cree usted que a alguien así se le puede despedir de su trabajo, sin más, después de casi cuarenta años entregados abnegada y metódicamente a la empresa? Ha llegado la hora de poner contra las cuerdas a los villanos. [Y salta al vacío.]