Se lo debemos
Hace unas semanas tuve la oportunidad de leer un artículo de opinión de un colaborador de este periódico titulado Amnesia histórica. En éste su autor defendía que la nueva ley de la memoria histórica aprobada por el congreso de los diputados es inadecuada porque significa abrir viejas heridas de una guerra civil española en la que se produjo un terrible fifty-fifty que nadie debería satisfacer ni homenajear. Al leer este artículo me vi obligado a no ser hipócrita con mi forma de pensar y sentir, e intentar disentir de la argumentación de este artículo.
Soy joven, tengo 21 años, no viví la guerra, ni la dictadura, ni la transición. Y tuve la suerte de no contar con ningún familiar dentro de la contienda en ninguno de los dos bandos. La República y la Guerra Civil son dos temas que me fascinan; la lucha de la democracia y la libertad contra el fascismo y la injusticia. Por ello he intentado conocer cuales fueron y como transcurrieron los hechos de este error de la historia española, y por tanto, a pesar de no haber vivido esta parte nefasta de la historia de nuestro país, creo que estoy capacitado para poder afirmar en este momento que esta ley es necesaria.
Primero porque cómo se van abrir viejas heridas cuando estas nunca fueron cerradas; nuestra modélica transición a la democracia se olvidó de hacerlo con quienes 40 años antes habían luchado y muerto por ella. Cuando los rebeldes (su verdadero nombre antes de que los nazis los rebautizaran como nacionalistas por cuestión de imagen) ganaron la guerra, Franco tuvo la oportunidad de acabar con el sufrimiento de toda la población, harta de 3 años de hambre, sufrimiento y destrucción; y en cambio postergó la de la otra España 40 años más. Durante las cuatro décadas de la dictadura se homenajeó y glorificó a la figura del soldado nacional y a todo aquel que luchó contra la amenaza marxista, la patraña inventada por el director del golpe, el general Mola, para legitimarlo (curioso cuando al principio de la guerra el Partido Comunista Español apenas contaba con afiliados en comparación con otras fuerzas de izquierdas).
Antagónicamente, durante esos 40 años el régimen se encargó de castigar severamente a todo aquel que luchó por la libertad y defendió las ideas de la república tuviera o no las manos manchadas de sangre y de enterrar todo aquello por lo que lucharon y que ahora valoramos como el mejor tesoro de nuestra sociedad, la democracia. Actualmente, nadie dudará de que, desde que llegó la democracia, las cotas de libertad y de bienestar de nuestro país son inmensas en comparación con tiempos pasados; nadie dudaría en protestar y, si se diera el caso, en luchar si alguien quisiera arrebatarnos nuestra libertad. Durante 40 años ellos honraron a los suyos, no se olvidaron de ellos. ¿Por qué nosotros deberíamos olvidar y no honrar a quienes lucharon por lo que hoy valoramos tanto? Se lo debemos, pues aún hoy en día hay familias que no saben donde yacen sus familiares asesinados por la barbarie.
Alguien me respondería que fue una guerra, que en una guerra se cometen atrocidades por parte de los dos bandos, atrocidades que no se deberían homenajear, y estoy de acuerdo, pero el caso de nuestra guerra civil fue diferente. En España existía un gobierno legalmente establecido por el poder del pueblo, y al cual le fue trasgredida su legitimidad por los de siempre: el ejército, la iglesia, la aristocracia y los grandes empresarios y terratenientes. Aquellos que otra vez en la historia se mostraban como garantes el orden social cuando veían que sus intereses podían ser perjudicados para intentar equilibrar los inmensos desequilibrios de la sociedad española. La república lo intentó con la reforma agraria, del ejército y la nueva ley educativa, pero el egoísmo de los generales africanistas, del clero (que después de 70 años aún no ha pedido perdón por el apoyo al golpe y a 40 años de dictadura) y los caciques regionales impidió que se pudieran llevar a cabo. Algunos historiadores revisionistas dirán que fue la propia situación caótica de la República la que llevó al golpe, pero fueron los grupos de ultraderecha como el partido político de Calvo Sotelo, Bloque Nacional que subvencionaba a los pistoleros de La Falange quienes crearon la espiral de violencia con la colaboración, ignorante y también violenta, de los sindicatos de izquierdas, espiral deseada para crear la atmósfera de crispación necesaria para que el golpe tuviera apoyo.
En está guerra se produjeron atrocidades por parte de los dos bandos, pero jamás existió el famoso fifty-fifty. La utilización de violencia extrema entraba dentro del plan del golpe ideado por Mola como una pieza básica de éste; representaba el instrumento de terror necesario para amedrentar a las masas y encontrar la menor oposición al golpe. Los rebeldes asesinaron a miles de personas de una forma sistemática, metódica y fría. De esta forma cayeron fusiladas 200.000 personas desde el inicio de la guerra hasta siete años después de finalizada (en el campo de batalla se produjeron 125.000 muertes de los dos bandos durante toda la guerra). En el otro bando también se produjeron atrocidades, 25.000 fusilamientos y no olvidemos a las checas, pero en cambio el gobierno de la República las persiguió y las castigó dentro de sus límites. El gobierno de la República no patrocinó la violencia y quienes las cometieron fueron personas enloquecidas por los excepcionales sucesos que se estaban produciendo. No los estoy defendiendo, pero no hubieran llegado a esa situación si no se hubiera llevado a cabo el golpe y la posterior guerra.
A pesar de los malos momentos que por entonces podría estar pasando la República, era un sistema justo y legal, con un gobierno elegido legítimamente. Ningún golpe de estado ni ninguna guerra, pueden ser aceptados como necesarios. Todo, hasta la frontera más infranqueable, debe arreglarse mediante la razón y el diálogo y nunca mediante el uso de la fuerza; ésta no debería usarse jamás, ni siquiera como último recurso. Ellos lucharon por su libertad como nosotros lucharíamos por la nuestra. Ellos lucharon por nuestra libertad. Por ello, pienso que se lo debemos.