Testimonios dados en situaciones inestables

Seis días a la semana encerrado con pensamientos torcidos y absurdos

Se lo diré. Un turno son ocho horas, pero, si vives lejos como yo, se convierten en doce al sumarles el trayecto de ida, ponerte la ropa de trabajo, y al terminar, ducharte, volverte a cambiar de ropa y el trayecto de vuelta.
El turno del sábado es voluntario, pero lo pagan muy bien; no podía negarme. En total es medio día seis días a la semana conviviendo con estruendosos y enervantes ruidos, olfateando el vapor del azufre y el fósforo, soportando temperaturas tan altas que pasas todo el turno con un ahogo cercano al pánico, como si en cualquier momento el último gramo de aire fuera a desaparecer y el cuerpo a derretírsete, aguantando el dolor de músculos y huesos y el escozor de las descamaciones en los pliegues de la piel, enfundado eternamente en un sudor áspero y clorhídrico que se enrancia al contacto con el aire y que no desaparece nunca por mucho que te duches, sintiéndote vaga pero incesantemente como un magma a punto de descomponerse, de convertirse en gases y hedores y componentes químicos corrosivos totalmente incompatibles con la vida humana, sufriendo destellos hipnóticos y agresiones oculares violentas producidas por la intensidad de la fusión, por su incesante resplandor profético. Medio día seis días a la semana callado, encerrado con toda clase de pensamientos torcidos y absurdos, lentos y obsesivos como un curso interminable de contracción de la personalidad, de pensamientos convertidos en un ruido de fondo interior que amortigua y desfigura el mundo exterior. [Se mira las uñas de las manos, como si escondieran confirmaciones de lo que dice.] Además, yo hacía el turno de noche. Lo hacía porque pagan muy bien, para darle a mi familia una posición. [Se toca el lóbulo de la oreja izquierda.] Tenemos una gran casa con piscina y dos coches de alta gama. Los chicos van a buenos colegios, visten ropa cara y disfrutan de lo último en videoconsolas. Mi mujer mantiene toda clase de entretenimientos afines a su buen gusto y su carácter sociable y exclusivo. A la luz del día ellos son un ejemplo de lo que la vida puede proporcionar. En definitiva, tienen una vida de verdad. Eso es lo más importante. [Aprieta ligeramente la mandíbula.] Era yo el que no encajaba del todo. Vivía de noche en un mundo cáustico y virulento, y solo regresaba a la luz convertido en un fantasma para tratar de dormir y detener las voces de mi interior; aunque no lo conseguía porque las pesadillas no cesaban y alargaban la noche hasta el próximo turno, y de este modo la rueda nunca se detenía. [Eleva la mirada como un boxeador instantes antes de que comience el combate.] De modo que me vi empujado a tomar una decisión concluyente. Hace unos meses quedó una vacante en el turno de día y la solicité. Saben que soy un buen trabajador, entregado y nada problemático. Ahora doblo turno. Duermo las horas que me queden en la polvorienta sala de material de los vestuarios y almuerzo en la mugrienta cantina que hay en la carretera de acceso. [Las cuencas de sus ojos se llenan de sombra.] Y ellos, mi mujer y los chicos, pueden vivir enteramente una vida plena, moderna y segura, sin mí, que por fin sé a qué lugar pertenezco y quién soy. [Pausa.] ¿Quiere preguntar algo más?

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