Sociedad

Sensaciones y excusas

Andrés Martínez Espinosa, empresario hortofrutícola villenense y presidente de la Junta Central de Usuarios, publica en el suplemento Feria de San Juan del diario Información de hoy un artículo de opinión sobre el mundo taurino y su afición a la fiesta nacional. Por su interés, lo reproducimos íntegramente a continuación:
Aunque mis orígenes familiares son ganaderos y mis primeras fotos fueron tomadas junto a la tierna figura de jóvenes terneros, no me reconozco –tras casi mis nueve lustros– como un entendido de las artes taurinas. Pero la semilla de sensibilidad que estos nobles animales fueron capaces de transmitirme hace brotar en mí miles de positivas sensaciones, en cada tarde de toros o en cada tarde de toreros.

Sensaciones de grandiosidad, colorido, gentío, olores, alegría, música, calor, agobio, miedo, fiesta, poderío…. pero, sobretodo, y ante todo, el convencimiento de sentirme ante un arte me han acompañado en todas y cada una de las corridas que he tenido la suerte de compartir y ver. Siempre me ha impresionado comprobar cómo unos valientes hombres, cumpliendo una serie de férreas normas, eran capaces de enfrentarse y dar muerte a nobles astados.

Recuerdo mi primera corrida de toros, contemporánea de los primeros paseos de Armstrong por la luna. El Tío Manuel, vecino y amigo de la familia, se hacía acompañar del «chiquillo» como excusa para poder asistir a una espectacular corrida del genuino Cordobés en el impresionante Coso Villenero. El «chiquillo», como Armstrong, empezaba a dar los primeros pasos en un terreno donde todo era novedoso.

Los recuerdos son difíciles de organizar, aunque he de afirmar que, en cuestiones taurinas, siempre he sido un acompañante más que un anfitrión. Cuando he ido a los toros, siempre he disfrutado, a mi manera, de ese espectacular momento: he disfrutado de las sensaciones y, sobre todo, he disfrutado viendo disfrutar a mi camarada, compañero, adlátere o amigo de corrida.

Si a alguien le debo mi «asidua» asistencia a los toros –afición a mi manera, pero a la postre afición– es a mi amigo Rafa. Más torista que torerista. Lo admiro porque además de toros sabe de toreros y de toreos. Un maestro. Juntos hemos visto buenas tardes de toros y buenas tardes de toreros; juntos hemos visto vuelta al ruedo del toro y también vuelta a chiqueros; juntos hemos visto el rabo en las manos del torero y también al torero en castigado silencio; juntos sabemos por qué no hay quinto malo y que para saber si hemos visto una buena tarde de toros hay que esperar a que muera el sexto.

Y volviendo a las sensaciones… Sevilla, con otro gran torista y otro gran maestro: Vicente.

No recuerdo ni toros ni toreros, recuerdo los nervios de mi compañero embriagado en los lances del capote y en las nobles embestidas del ganado bravo, mientras más de doce mil bocas callaban al unísono para que pudiera escuchar el canto de las golondrinas y las voces de toro y torero en el imponente silencio de una tarde soleada en la catedral del toreo.

Y Alicante, en donde más toreo he visto y me han visto. En donde las más variopintas sensaciones y excusas he compartido. Excusas siempre de rito social al calor de las hogueras, desinhibiéndome y adaptándome al papel que el momento marca. Iniciando el ritual con una buena comida en la Valencia más cercana a la plaza o en la alicantina Maestranza culinaria. Sensación de fiesta de quema que funde hasta la sombra más cara.

Maestros, hijos, compañeros de sustancia y hasta los amigos del Júcar más cercanos hemos compartido tardes completas no sólo de toros y toreros, sino también de excusas para ver buenos pases en la arena y en el asiento.

Mis orígenes ganaderos culminaron sus frutos en la arena del huerto. No aspiro a ser torista ni torerista; sí amigo de maestros.

Miles de sensaciones y excusas me seguirán acompañando cada vez que sienta cerca la sombra del toro y la planta del torero, allá en cualquier coso, allá en cualquier albero.

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