Sense of Wonder (Women)
Abandonad toda esperanza, salmo 571º
Parece el nombre de un perfume, pero no. Sense of Wonder. El Sentido de la Maravilla (conste que uso las mayúsculas a conciencia, aunque no sea lo más correcto). Esa es la magia que logran transmitir algunos relatos -orales, escritos, audiovisuales- y que convierten a muchos de los que son expuestos a ella en lectores y/o espectadores rendidos para toda la vida. Y esa magia, ese sense of wonder, es precisamente lo que echo en falta en Wonder Woman a pesar de que debería desbordar sus fotogramas. Porque, demonios, se trata de ella: de Diana de Themyscira. De la princesa de las amazonas. Del personaje femenino más importante del Universo DC, y por tanto -dado que no tiene correlato en los tebeos de la rival Marvel- la superheroína más importante de todos los tiempos. Ya lo dice su nombre: Wonder Woman. La Mujer Maravilla. Nada más y nada menos.
Pero no. Y entiéndanme bien: la película que ha dirigido Patty Jenkins, la realizadora cuyo Monster le dio el Oscar a Charlize Theron, no es un bodrio. Se deja ver, tiene algunos momentos espectaculares, alguna escena divertida, algún hallazgo puntual. Pero a pesar de durar casi dos horas y media y por tanto poder contar muchas cosas, sabe a poco. Y lo que es peor: sabe a precocinado. Este es sin duda uno de los principales problemas de la mayoría de películas de presentación de un personaje de un medio ajeno (particularmente, del cómic superheroico): están sometidas a una estructura férrea que todavía debe mucho al primer Superman de Richard Donner (¡que en 2018 cumplirá cuarenta años!), y que muy pocos se atreven a tratar de sortear (Christopher Nolan lo logró en cierta medida en Batman Begins, pero solo hay un Christopher Nolan). Y en el caso que nos ocupa, a este pueden añadirse algunos problemas más, como que se parezca demasiado a Capitán América: El primer vengador (pero en peor), que cuente con un par de villanos de tebeo (en el sentido más despectivo del término, entiéndase), que prometa una sorpresa final que de sorpresa tiene más bien poco porque se ve venir de lejos... y, lo peor de todo, que incluya un viaje de la protagonista de la isla mítica donde nació y creció al Londres de principios del siglo XX que está sazonado con ese humor chusco que siempre contagia a las películas en las que algún personaje se traslada por vez primera de un entorno virgen a una civilización más moderna, no digamos ya de los relatos de viajes al futuro. Por si esto fuera poco, la ex modelo israelí y hoy actriz Gal Gadot se limita a cumplir con el expediente pero no es -al menos por el momento- una intérprete dotada para los momentos dramáticos, y a su lado el casi siempre discreto Chris Pine parece Marlon Brando. En cuanto al peliagudo tema de si estamos ante un film feminista, me atreveré a decir que solo me lo parece el mero hecho de que exista (y eso ya es suficiente motivo de regocijo), pero que ya no me lo parece tanto la historia que cuenta.
Me permitirán que no me extienda más sobre esta película porque hay otras propuestas que merecen más nuestra atención: siguiendo con estrenos con protagonista femenina, creo que sería una pena que blockbusters como esta Wonder Woman (o peor, como La Momia, que al final conseguí resistirme a ver) desplacen de la cartelera antes de lo debido a la muchísimo más interesante Colossal, el trabajo más reciente de Nacho Vigalondo, un director fiel a sí mismo y del que cada película que estrena es siempre un extraño artilugio que parece concebido para sorprender sí o sí al espectador: recuerden las paradojas temporales de Los cronocrímenes, la invasión alienígena de andar por casa de Extraterrestre o la pantalla de cine convertida en monitor de ordenador de Open Windows. Ahora, en el siguiente escalón de esa filmografía que es en sí misma un tour de force progresivo, ha optado por fusionar lo que podríamos considerar, más que dos géneros, dos maneras de entender el cine: el relato costumbrista, en versión comedia o drama indie al estilo mumblecore; y el fantástico, concretamente las kaiju eiga o películas de monstruos gigantes tan populares en la cinematografía nipona. De esta unión contra natura nace esta historia protagonizada por una Anne Hathaway excepcional a la que secunda un no menos prodigioso Jason Sudeikis (qué estupendos están, y qué terroríficos también, algunos actores típicos de la comedia cuando bordan un papel dramático); un film que puede leerse como una metáfora sobre lo inevitable de las consecuencias de nuestros actos, además de como una poderosa reflexión sobre las adicciones (muy en particular el alcohol, pero también la dependencia emocional) e incluso, esta sí, sobre el patriarcado, la violencia de género y el empoderamiento femenino. Y todo ello sin una campaña publicitaria que quiera vendernos la cinta como el evento feminista del año (y no miro a nadie...).
En resumidas cuentas: ningún amante de las propuestas arriesgadas y diferentes debería perderse la película de Nacho Vigalondo... tal y como me habría pasado a mí, por mi innegociable renuncia a ver cine doblado (a Alicante llegó solamente en tan paupérrimas condiciones), de no ser por un pase televisivo especial el día anterior a su estreno con audio dual y subtítulos en castellano. Desde luego, detalles como este son los que justifican contratar servicios de televisión por cable (en este caso concreto, Movistar+).
Y por cierto, ya que hablamos de mujeres, de cine con (y a veces de) mujeres y de formas de llegar al público, vale la pena señalar que dos cintas a priori tan interesantes y aplaudidas como 20th Century Women y Certain Women (esta última dirigida por la realizadora independiente Kelly Reichardt) no han llegado a las salas españolas y se han tenido que conformar con estrenos domésticos: búsquenlas como Mujeres del siglo XX y Vidas de mujer. Ahí queda eso.
Wonder Woman y Colossal se proyectan en cines de toda España.