Opinión

Siempre nos quedará Tabarca

Queridísimas lectoras y lectores: Sintiéndolo mucho, me tengo que despedir. Os escribo por última vez desde Salvatierra: este entrañable rincón de Villena, que me ha servido de hogar durante un año, y desde el cual he podido observar la vida y el transcurrir de sus gentes. Nunca podré olvidar este rincón del mundo donde he podido escribir y pasar momentos tan hermosos e inolvidables como los que ahora recuerdo.
He de daros las gracias a todos y a todas, por haber sido fuente de mi inspiración. Porque Andrés Ferrándiz Domene, sin Villena y sin sus Fiestas, tal vez no hubiera llegado a existir. Y es que si algo he aprendido durante todo este tiempo es que en Villena se puede estar todo el año hablando de lo mismo. Ahora entiendo, más que nunca, a esas personas que son capaces de pasarse todo el año hablando de las Fiestas. Las entiendo porque he comprobado en mis propias carnes que es posible; que se puede estar todo un año pensando en ellas. Ahora me doy cuenta de que he estado compartiendo esa obsesión durante meses con mis lectores, tanto que creo haber estado al borde de la locura. Es por eso que me tengo que marchar, ya que si no lo hago, duraré menos que una bolsa de sequillos en la puerta de los pensionistas y estaré más perdido que una lentilla en un concierto del Bolsi.

Presiento, pues, que se acaba un ciclo de mi vida. Otro más. Un ciclo que ha durado precisamente un año, como los reinados de las madrinas, los capitanes y los alféreces, y es el momento de cambiar de aires.

Así que dejo esta ciudad con lágrimas en el ojo, teniendo la sensación de haberme repetido más que el ajo (valga la casi redundancia). Y digo lo del ojo, porque las fiestas conllevan muchísimos gastos, y nos pueden llegar a costar un ojo de la cara, como a mí estuvo a punto de costármelo. Y es que con tan sólo nueve años, mientras veía la Alborada del día 7 desde una azotea cercana a las faldas del Castillo, recibí el impacto de una caña proveniente del cielo que me golpeó en el globo ocular izquierdo sacándolo de su cuenca y dejándomelo vacío. Con el fin de no perderlo, mi padre metió el ojo dentro del cubalibre que se estaba bebiendo. Gracias a la acción conservadora del hielo y al poder desinfectante del alcohol pudimos llegar hasta el hospital de Elda y allí me pudieron colocar de nuevo el órgano en su sitio. Con el tiempo recuperé plenamente la visión, pero por circunstancias que desconozco, aquel ojo, desde entonces, ya nunca volvió a llorar.

Y es que es muy triste pensar que el dinero es el motor que mueve nuestras Fiestas: estas Fiestas donde prima lo económico y lo material por encima de todo, en las que no me extrañaría nada que algún día, si nadie lo remedia, podamos llegar a ver publicidad impresa en las capas de los festeros, o incluso en las carrozas. Unas Fiestas en las que más que una Conversión del Moro al Cristianismo debería representarse una Conversión del Euro a la Peseta.

Así pues, me despido de esta ciudad a la que, a pesar de lo que muchos piensen, adoro. Una ciudad a la que amo de cabo a rabo, de timbalero a farolero, y a la que siempre defenderé, esté donde esté, a capa y a espada o a chilaba y a espingarda si hace falta. Mi Villena: ciudad hermana de Escalona y Peñafiel, y prima hermana del Fracaso. Fracaso referido, evidentemente, a todo aquello que no tenga relación directa con la Fiesta. Porque la ecuación es clara y se repite año tras año: [FIESTAS = ÉXITO x CASITODOLODEMÁS = FRACASO]. Esa es nuestra realidad. A lo largo de todo el año he podido comprobar desde mi modesta atalaya cómo la palabra Fiestas siempre iba acompañada de la palabra Éxito. O es que acaso alguien se imagina un titular que dijera, por ejemplo: “El desfile de la Entrada de este año resultó ser un completo fracaso. Los organizadores habían estimado una participación cercana a los 15.000 festeros y tan sólo acudieron alrededor de 2.000”… (algo así como lo sucedido con el concierto de Coti).

En fin, se acabó la pesadilla. No quiero seguir atormentando a nadie. Sirva, no obstante, para todos, mi abrazo de despedida. Felices Fiestas (para los festeros), y ¡Día 4 que me fuera! para todos los demás…

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