Snobs que se pasan el día fingiendo que sufren más que nadie y que se van a suicidar
Puedo decírtelo más alto, Conchi, pero no más claro: soy una maniática de la cultura. Me chifla la cultura. Soy una yonqui de la cultura. Creo que, en la medida de las humanas posibilidades de cada una, es deber de las personas culturizarse lo más posible para engrandecer eso que llamamos humanidad.
Pero no cultura tonta de esa snob que no la entiende nadie, no, me refiero a cultura de la que te cuenta las cosas de la vida de verdad como son, como en las telenovelas, y no como le da a un tarado snob por hacerte creer que son simplemente porque tiene dos Másterses de Chinchinnati y un doctorado en Filosofía Minianimalista. Además, esos tarados suelen ser gente inestable, alucinados que se drogan (de mala manera, no con cultura como yo), se acuestan con todo lo que se mueve, sobre todo con sus alumnas, y se pasan el día fingiendo que sufren más que nadie y que se van a suicidar. Pero yo no soy así, no, yo tengo principios, reglas morales de las de toda la vida. Y soy culta porque yo soy así, preguntona y cabezona, y no tengo nada que envidiar a esos que salen en las tertulias de la tele, porque yo me informo al momento de todo lo que pasa, desde los entresijos en la Crimena esa infectada de rusos hasta por qué a Terelu le ha dado por ir a un gimnasio, del que se le ha visto salir con ropa de deporte. Que yo me trago los libros de Danielle Steel como si fueran caramelos. Vamos, que prácticamente podría utilizarme como copia de seguridad. [Pregunta.] ¡Y que lo digas! ¡Es que ser culta la vuelve a una hasta graciosa! ¡Y que una, cuando se pone, es muy burra, en el buen sentido! Pero sigo con el relato que ahora viene lo interesante. Te voy a contar lo que me paso el otro día con Paco, mi marido. Como sabes, no se puede decir que él tenga mucho aprecio por nada que suene muy sesudo. Para Paco, el no va más de la cultura es la etiqueta del Yoni Gualquer, que para él no tiene comparación ni con Las Mininas de Velázquez. Pues el otro día le dije que hacían una obra de teatro sobre Don Quijote de Cervantes (libro que yo no he leído porque está escrito en un idioma español anterior al idioma español de ahora y para entenderlo hay que ser casi catedrático, pero vamos, que nadie le sople a Cervantes que me lo como) en el Teatro Chapí y que podíamos ir a ver qué tal era y todo eso. Lo convenzo a base de prometerle carne extra de la Mari esa semana, de modo que el sábado por la noche allí estamos los dos sentados en primera fila, más puestos que Cayetana. Se apagan las luces, se abre el telón y aparece Don Quijote, viejo y flaco, que se arrastra hacia nosotros y empieza a hablar con una voz como de estar más allá que aquí. Y de repente Paco se levanta y se va. No me levanté para ir a buscarlo por no interrumpir la obra y todo eso. De modo que me quedé allí sentada más de una hora hasta el descanso. Nada más encender las luces me levanto y salgo como una búfala a buscarlo, y me lo encuentro en el bar tomando una copa, que seguro que era la tercera o la cuarta, como si tal cosa. Al verme llegar empieza a mover las manos como disculpa, y cuando estoy plantada a un palmo de su santa cara de burro, el besugo suelta: ¡Vaya susto, Mari Puri! ¡El tipo ese estaba vivo! ¡¿Cómo quieren que te creas la historia sin que te de un ataque al corazón si los que salen están vivos de verdad, ahí mismo, delante de tus narices?! [Pausa.] Lo mandé a la mierda y me metí a ver la segunda parte de la obra. ¿Y sabes qué me pasó, Conchí? Que casi me da un ataque al corazón del miedo que pasé, porque no hacía más que escuchar dentro de mi cabeza: están vivos, están vivos, ahí mismo, delante de tus narices....