Cartas al Director

Sobre el deporte de la caza

Ha saltado la liebre (nunca mejor dicho) en la página web de EPDV por una carta que envié a su director, que hacía referencia a la Protectora de Animales y Plantas de Villena. Y como quiera que los abundantes comentarios que he recibido en el foro me han puesto poco más o menos que a la altura de un cromañón, siempre pidiendo perdón a los cromañón por si alguno me está leyendo, voy a ofrecerles a estos “foreros” una lista de propuestas para limitar el sufrimiento de los animales en general. Que digo yo que todos tienen derecho a una vida más digna, no sólo las liebres, perdices, conejos o, como se ha puesto de manifiesto, algunos perros incluso, que se ven sometidos a la crueldad de los cazadores.
En primer lugar y para abrir boca se me ocurren los “bous a la mar”. Chaleco salvavidas taurino de uso obligatorio para estas reses, que el mar siempre es muy traicionero.

Siguiendo con los toros (y aquí hay tema para rato, pero no profundizaré en exceso para no herir sensibilidades) para las corridas tengo varias propuestas, a saber:

- Banderillas con velcro. Bastaría con fijar a la grupa del animal una de las partes de este conocido sistema de fijación, y cambiar las afiladas puntas de las banderillas por la otra parte del velcro, consiguiendo así el mismo efecto visual que con las actuales.

- Picas y estoques retractiles que quedarían escondidos en las empuñaduras, añadiendo si se desea un poco de ketchup para dar mas realismo.

- Obviamente el toro no moriría, es el fin que perseguimos, pero aquí los pro-taurinos tendrían que hacer esta concesión, hasta que los toros bravos fueran entrenados en simular su muerte, en alguna escuela de arte dramático.

Pasando al plano de lo cotidiano, y para conocimiento de los profanos, voy a hacer especial hincapié en los mataderos industriales y su forma de sacrificar las aves, en las que estas mueren desangradas lentamente antes de ser escaldadas, sin ni siquiera escuchar su última voluntad o dar un último paseo al aire libre. Ante el inevitable fin que supone la muerte de estas aves, si queremos seguir degustando en nuestras mesas un buen pavo en navidad o el sabroso pollo asado, propongo entonces eliminar el sufrimiento de estas recurriendo a la decapitación, método éste que ya utilizaban con asiduidad los franceses allá por el 1789 con muy buenos resultados, ya que nunca se oyó quejarse a ninguno de los ajusticiados.

Capítulo aparte merece la matanza del cerdo, tan popular en nuestra geografía, de la que se hace incluso fiesta y regocijo permitiendo participar en esta a niños y mayores que, congregados alrededor del animal, escuchan obnubilados los gruñidos de éste mientras se desangra, con sus mentes puestas en las ristras de chorizos y morcillas, que serán la culminación de tan macabro acto. El autor, ante este salvajismo, no puede sino proponer que esperemos a que la vida del porcino llegue a su fin cuando el destino así lo quiera, para a continuación dar solemne sepultura con gran duelo a tan preciado animal, renunciando así a sus jamones, paletillas, panceta, rabo, chuletas, magro, careta y embutidos varios, que a buen seguro no habrán probado jamás todos estos mártires del maltrato y la crueldad, que han afilado sus lápices (o teclados) contra mi.

Podría poner cientos de ejemplos más pero no quiero extenderme mucho, porque a estas alturas me imagino que ya os habréis dado cuenta de las múltiples formas de maltrato y crueldad consentidas que conviven entre nosotros, sin que nadie se escandalice por ello (o sí).

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