Solares y pisitos
Abandonad toda esperanza, salmo 544º
Dicen que con el paso del tiempo todos acabamos idealizando el pasado a base de nostalgia. Y aunque algo de eso se puede intuir en las páginas de El solar, ni siquiera el humor más fino -del que esta obra hace gala por arrobas- puede sepultar del todo las miserias que campaban a sus anchas en la España del franquismo. El autor de este espléndido cómic es Alfonso López, ilustrador veterano y uno de los pocos autores que pueden presumir de haber conocido de primera mano varias épocas, formatos y maneras de hacer de la historia del tebeo español: del humor gráfico en prensa a comienzos de los setenta al actual formato de la novela gráfica (del que participa su nueva creación), pasando por la historieta infantil en la mítica TBO y en la también histórica (al menos en Cataluña) En Patufet, el cómic para adultos en Cimoc o la francesa Fluide Glacial, o las viñetas políticas en clave satírica del desaparecido El Papus y el posterior El Jueves. Teniendo en cuenta su currículo, donde también aparecen publicaciones como El Viejo Topo y A las barricadas o títulos como La globalización y La pobreza no es rentable, resultaba fácil sospechar que su nueva propuesta, un relato ambientado en 1947, iba a ser un descarnado ajuste de cuentas con el bando vencedor de la Guerra Civil. Pero El solar apuesta más bien, como decía antes, por la práctica del humor inteligente mediante la recuperación de personajes de la cultura popular de la época, de películas y muy especialmente de tebeos: los protagonistas, el vagabundo Pepe Gazuza y la criada Petro, son trasuntos de referentes obvios, él del Carpanta de Josep Escobar y ella de las sirvientas encarnadas en la gran pantalla por Gracita Morales o Lina Morgan. Junto a ellos, secundarios memorables y apariciones especiales de figuras históricas como Manolete, Antonio Machín o el mismísimo Caudillo y cameos de personajes de tebeo como Zipi y Zape, Doña Urraca o las hermanas Gilda, para armar con todos ellos una suerte de farsa de espías y fantasmas que no son tales que se lee con sumo agrado y, sí, una sonrisa de nostálgica melancolía.
Diez años después de ese 1947 en el que transcurre la acción de El solar, la colección de novelitas "El Club de la Sonrisa" publicaba en su número 36 una historia de humor (negro) que, como la gran mayoría de la serie, hoy estaría sumida en el olvido de no ser porque quien la firmaba era el luego afamado guionista Rafael Azcona -citado de forma expresa por Alfonso López como una de sus influencias más indiscutibles-, y porque dos años más tarde el realizador Marco Ferreri debutaría tras las cámaras adaptándola al cine. Por supuesto, me refiero a El pisito, esa novela de amor e inquilinato tan sumamente brillante en la que no cabe detectar nostalgia alguna porque estaba basada, como su propio autor confesaba, en la realidad del momento: en la prensa de la época se pudo leer que en Barcelona, un hombre joven se había casado con una mujer octogenaria con la intención de quedarse tras la muerte de ella con el piso de renta antigua que esta ocupaba. A partir de esta anécdota real, Azcona (en solitario o con Ferreri, según el medio) nos regaló el análisis más certero del problema de la vivienda, uno de los más acuciantes de nuestro país durante la década de los cincuenta y bien entrados los sesenta -y que también refleja El solar, por cierto-, haciéndonos reír a mandíbula batiente para acto seguido conseguir que la risa se nos congelara en el rostro.
En la actualidad, ocho años después de su desaparición, leer las novelas que Azcona escribió en aquellos años -como Los muertos no se tocan, nene o Pobre, paralítico y muerto, por citar solo dos- supone un sano ejercicio de autocrítica nacional que nos retrotrae a un pasado no demasiado lejano que, en algunos aspectos, se parece peligrosamente a nuestro presente; por eso espero que algún editor se anime a seguir con el proyecto que por iniciativa de Juan Cruz inauguró Alfaguara en 1999 con el volumen Estrafalario/1 y que, lamentablemente, no tuvo continuidad. Mientras esperamos que se lleve a cabo este acto de justicia, leer El pisito en la reciente recuperación de Cátedra nos acerca no solo a la figura de su autor, sino a una forma de ver y practicar el humor que solo puede entenderse a la luz de las aportaciones de la llamada "la otra generación del 27", que a partir de la irreverencia de las vanguardias eclosionó en publicaciones como La Codorniz. Una experiencia gozosa sobre todo si se lee en la edición preparada por el catedrático de la Universidad de Alicante Juan A. Ríos Carratalá, al que tuve la suerte de tener como profesor durante la carrera y que nos descubrió a toda una generación de futuros filólogos las excelencias de buena parte del teatro (y, por extensión, del cine) español del siglo pasado. Su introducción supera en número de páginas a la propia novela de Azcona, y es toda una lección magistral sobre una España que no hemos dejado tan atrás como nos gustaría.
El solar y El pisito están editados por La Cúpula y Cátedra respectivamente.