Apaga y vámonos

Sólo faltan 13

Sólo faltan 14 días para que usted, querida señora, tenga que volver a aguantar a este columnista y al resto de sus colegas de Cofradía, que semana tras semana desde hace muchos parkings y muchas plazas de toros venimos expresando nuestro parecer sobre lo divino, lo humano y lo soterrado (a falta de vías, el famoso subsuelo…). Sólo faltan dos viernes para que, tras un merecido descanso que algunos aprovecharemos para irnos lo más lejos posible de este pueblo que el día 4 se olvida de todo, volvamos a vernos las caras para seguir diciéndonos de todo menos bonito.
Pero en realidad no es de eso de lo que quería hablar. Porque no faltan catorce, sino trece. Y porque no hablo de días ni de vacaciones, sino de comparsas, y en especial de la de Andaluces, que por motivos bien conocidos ha decidido que no va a deleitarnos con el armónico tronar de sus arcabuces, situación ante la cual, como ustedes comprenderán, no puedo más que alegrarme. Imagino que muchos de los arcabuceros Contrabandistas, dolidos por no poder dar rienda suelta a sus trabucos, estarán deseando que la polémica llegue a su fin para volver a meter tres o cuatro cargas de golpe, pero también imagino que muchos paisanos estarán poniendo velas para que cunda el ejemplo y alguna persona sensata admita que lo mismo que puede molestar un bar mal insonorizado o una moto con escape libre molestan los señores arcabuceros, la banda de música y todos esos chiquillos que les ponen detrás y van dando berridos y saltos como si no tuvieran bastante con hacer el gilipollas en cualquier discoteca macarra.

Con todo, y para asegurarme de que no soy un cascarrabias, el domingo del Pasacalles llevé cabo un experimento científico con mis sobrinos favoritos, Gonzalo y Laura, de cinco y tres años respectivamente y vecinos de Murcia, que han pasado unos días de vacaciones en Villena. Apenas me despertó, entre toses y resaca, nuestro maravilloso Pasacalles, los saqué al balcón a admirar tan extraordinaria muestra de folclore de andar por casa. Entonces, analicé sus reacciones. Sorprendidos y contentos al principio, al ver algo que no habían visto en su vida, creí que me iban a comer a besos, pero la ilusión se desvaneció pronto. Tres minutos más tarde me estaba diciendo Gonzalo: “¿Esto dura mucho?”. Poco después ya se habían puesto a jugar entre ellos cansados de ver esa inexplicable sucesión de personas que disfrutan haciendo ruido y molestando a sus vecinos. La conclusión era evidente: “Esto es muy aburrido. ¿Nos pones Buscando a Nemo en el DVD?”. Satisfecho al entender que no soy un bicho raro, sino una personal normal y corriente que no alcanza a entender la permisividad con ciertos colectivos, me dispuse a afrontar el día, aunque una pregunta de Laura me desarmó por completo: “¿Y por qué disparan?”. Descartada la opción de proferir una retahíla de tacos ante una niña tan pequeña, no supe qué responderle, aunque desde entonces no he dejado de hacerme esa misma pregunta. Sin encontrar una respuesta convincente, por cierto.

Estuve también a punto de rematar el día llevándome a los peques a ver la Romería, pero un impulso me contuvo. De repente me imaginé a los niños, tan preguntones como todos, cuestionándose por qué tratamos tan bien a una Virgen que por el color de su piel bien podría ser ecuatoriana mientras que despreciamos a todos sus hermanos de origen. Quién sabe, quizá en unos años veamos a la Guardia Civil pidiéndole los papeles a La Morenica en plena Romería…

Felices fiestas, vecinos. Y feliz viaje a los que, como yo, sean incapaces de pasarlas en Villena. ¡Día 4 que me fuera!

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