¡Solo Lleva Una Corbata Y Un Sombrero!
No tenía ningún motivo retorcido al hacerlo, solo la curiosidad de comprobar las reacciones espontáneas de la gente, sus sentimientos más inesperados. Y nada más salir a la calle una señora de mediana edad me mira con una sonrisita picarona, pero cuando me dirijo hacia ella para saludarle sale corriendo espantada.
Más adelante un señor que debe tener unos setenta años y lleva una bolsa con barras de pan me sigue con la mirada unos diez segundos, y al final me dice que si no tengo vergüenza. Al girar la esquina de la calle me cruzo con tres niños de unos diez años que se parten de risa al verme, pero en cuanto me doy la vuelta se abalanzan sobre mí y empiezan a darme patadas. Salgo corriendo, y después de unos cuarenta metros los chavales se cansan de mí y dejan de perseguirme mientras me hacen cortes de mangas y gestos obscenos. Decido que necesito un trago para recuperarme y me dirijo a un bar que está al final de la calle, pero antes de llegar dos chicas jóvenes y atractivas que llevan bolsas de tiendas de ropa se cubren la boca al tiempo que dicen con voz afectadamente vergonzosa ¡Qué Tierno! ¡Solo Lleva Una Corbata Y Un Sombrero! y me hacen gestos que interpreto como proposiciones pecaminosas. No quiero aprovecharme de la situación y me despido con unos breves pasos de baile. Al entrar en el bar, las manos con vasos a mitad de camino de las sedientas bocas se congelan. Le pido al tipo de la barra una cerveza con una pajita para poderla meter por el exiguo agujero, y me la sirve con desprecio, mientras pienso que está valorando si tirarme a la calle de una patada en el culo. Tres rudos caballeros con monos de trabajo grasientos que están sentados en una mesa mascullan frases de las que llego a entender Gilipollas y Le Daba Yo Manteca y Malditos Maricas. Acabo mi cerveza con la dificultad lógica y salgo del bar antes de que haya un linchamiento. Nada más salir un coche patrulla de la policía local se cruza conmigo e inevitablemente para a mi lado. Caigo en la cuenta de que quizá el dueño del bar ha realizado algunas llamadas. Bajan quitándose las gafas de sol y examinándome de arriba abajo y me piden explicaciones con una mueca desagradable. Les exijo educadamente que me digan qué normativa me impide hacer lo que estoy haciendo, y me responden con tono condescendiente que ninguna, pero que es raro, que lleve cuidado, que no se hacen responsables de las reacciones de la gente. Me dejan ir con desgana, no sin antes llamar a la central para ponerlos en alerta de otras posibles llamadas. Comprendo que no es fácil controlar la situación, y eso que tan solo llevo cuarenta y cinco minutos en la calle, de modo que decido desistir y volverme a casa, pero antes entro en la carnicería para comprar embutido. A los poco segundos de cruzar la puerta el dueño me dice que coja el dinero pero que no les haga daño. Decido romper la magia y me quito la enorme cabezota gritando ¡Jojojou! ¡Quiero Medio Kilo De Longaniza! mientras asumo que el oso Yogui es un peligro público y me rasco el culo porque el jodido disfraz me está dando un calor del demonio.