Testimonios dados en situaciones inestables

Soñé que la tenía muy grande y se la enseñaba a todo el mundo

Sí, en serio, soñé que la tenía muy grande y se la enseñaba a todo el mundo. Fue un sueño muy raro, porque todo en él tenía una apariencia extraña de normalidad. Empezó que iba yo andando por la calle, completamente vestido, con traje y corbata y americana y mi portafolio de piel con el anagrama grabado al fuego de la empresa en la que trabajo como administrativo jefe.
Iba intachablemente vestido, salvo que llevaba la bragueta abierta y de ella asomaba un aparato circundado de dimensiones espeluznantes, en posición relajada, pero incluso así de quizá cuarenta centímetros de largo por quince de circunferencia. Ya te puedes hacer una idea de la imagen, ¿no? Yo iba andando con tranquilidad, con aquello colgando, y lo curioso es que la gente no me prestaba una atención especial, todo lo contrario, la mayoría pasaba a mi lado sin mirarme. Era yo el que tenía que pararlos educadamente e indicarles que miraran mi extravagante cosa. Y en general la gente no se sentía ofendida ni sorprendida ni avergonzada ni nada parecido, sino que amablemente la miraban y hacían algún gesto afirmativo de comprensión. Incluso fui yo el que tuve que animar a un par de señoras ya casi ancianas pero elegantemente vestidas que si querían podían tocarla para apreciar directamente su asombrosa naturaleza, y las señoras la cogieron con mesura, como quien sopesa una mercancía de calidad, pero sin hacer ningún ademán de esos picaros o de enojo, todo lo contrario, se limitaron a emitir un positivo reconocimiento de aquello que evaluaban con frases breves y exactas, pero con sobriedad y como dando a entender que debería sentirme orgulloso, y al final se atrevieron a añadir que mis padres habían hecho un buen trabajo conmigo y que mi mujer podía considerarse afortunada. Y justo en ese momento ya no iba vestido de traje, sino con una especie de túnica o sotana de color púrpura intenso, con mi desproporcionada cosa asomando por una abertura, y también llevaba un capirote puntiagudo en la cabeza, pero con la cara descubierta, y yo agarraba delante de mí una gran cruz, como si fuera un nazareno o algo así, y caminaba por el centro de una calle flanqueada por gente que me miraba, en medio de un respetuoso silencio, con expresiones contenidas de comprensión y fraternidad, y lo más curioso es que recuerdo perfectamente que en el sueño yo sentía una gran paz, ¿me entiendes?, como si mi cosa y yo formáramos parte de algo más grande. Y en ese momento me desperté completamente alterado y sudoroso, y repentinamente sumido en una desagradable sensación de vergüenza. Y con mi sobresaltada salida del sueño desperté a mi mujer, que viendo mi agitación me preguntó si me encontraba bien. Le conté todo el sueño, sin ningún ánimo lúdico ni intentando disimular mi confusión y mi abatimiento, pero sin ahorrar en los detalles para que se hiciera una idea exacta, y le pregunté si ella tenía alguna idea de lo que podía significar aquel extraño y embarazoso sueño. Me miró con una expresión semejante a la de la gente que había aparecido en mi pesadilla, pero algo más indulgente, quizá por su conocimiento de íntima realidad, y después, elevando la vista hacia arriba con un gesto callado que daba a entender una mutua comprensión de lo que allí había, añadió “quizá sea un mensaje de consuelo”, volvió a bajar la mirada hasta mí, “porque muchos son los llamados, pero pocos los elegidos, cariño”.

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