Soy un pionero, el primero de los últimos humanos
No soy exactamente un ecologista ni un radical medioambiental. Al menos yo no me veo así. Quiero decir que intento tener una visión más amplia del asunto, un proyecto realmente coherente con la naturaleza, pero sin menospreciar la contribución que el auténtico pensamiento ha logrado durante los últimos milenios.
Quiero ir más allá de separar cartón y plástico y vidrio o de colocar controles de agua en los grifos o cisternas. Quiero establecer un ciclo verdaderamente sostenible, que devuelva la armonía al planeta. Las primeras mediadas estuvieron claras. Corté las ataduras con la contaminación mental, principio de todas las demás contaminaciones y actitudes nocivas. Nada de ver televisión ni oír radio ni leer periódicos ni revistas ni comunicados de organismos públicos u organizaciones políticas o sociales o económicas o científicas. (Solo leo filosofía pura, y nada posterior a Hume, ya que después del punto muerto de su escepticismo perfecto todo es de un pesimismo y un egocentrismo e hipocondría deprimentes; quizá salvaría a Bertrand Russell, jovial y comprometido hasta la desesperación). Esta fase fue dura, lo reconozco. Necesité varios meses de agónica desintoxicación. Pero cuando ocurrió fue una bendición no necesitar saber cómo acaba Perdidos o si el Índice de Precios Industriales ha tenido una variación interanual del 3,7 % o las ¡sorprendentes! novedades terapéuticas en Reiki y Cromoterapia. La siguiente fase fue adecuar el mundo físico a los nuevos ideales vitales. Me deshice de todos los objetos que estuvieran infectados por la dinámica obsoleta, materialista e insostenible del mundo exterior. Eso supuso, en la práctica, trasladarme a una cueva y conservar escasamente algunas ropas y utensilios básicos elaborados artesanalmente. (Pero no se confunda por las similitudes estéticas; yo no soy un asceta, soy un pionero, el primero de los últimos humanos, el que ha comenzado a poner las cosas importantes de nuevo en su sitio, y a quitar las prescindibles.) Solo condescendí con mis libros básicos de filosofía (anteriores a Hume), para no olvidar la base humanista de mi propósito. Después de esto me concentré intensamente en mantener el medio natural, en el radio de acción que mis fuerzas me permiten, dentro de una constante que consienta creer en la inmutabilidad del futuro, lo que supone que si unas piedras son arrastradas por la lluvia, yo las devuelvo a su lugar original, o si un conejillo u otro animalillo abandona sus desechos en algún lugar inoportuno y claramente antinatural, yo los entierro ceremoniosamente devolviendo a la zona su primordial identidad. Pero lo más difícil de armonizar con el nuevo estado fue la alimentación. Al principio comí raíces y frutas silvestres, creyendo que era una respuesta lógica y sostenible a tal necesidad. Pero pronto me di cuenta de que esto me colocaba en una situación inconsecuente y desacorde con mi entorno, ya que yo no soy un animal más, sino la criatura que ha entendido el mensaje, y que debe convertir su vida en una afirmación de esa comprensión. De modo que no me quedó otra salida, hace unas semanas, que empezar lo que yo llamo el sacrificio definitivo por la tierra. Ya me he comido mi brazo izquierdo hasta la altura del codo. Después de cada comida medito sobre el pecado y el perdón humano. Calculo que dispongo de partes amputables para sobrevivir unos cinco o seis meses. Y después todo estará más cerca de ser como antes.