Apaga y vámonos

Spain is different

100 días de gracia mediante, hoy vamos a hablar de obras públicas, o más concretamente, de cómo invertir en un edificio más de 675 millones de euros (115.000 millones de pesetas) y que tres meses después de su inauguración te dé esa sensación, tan española, de que está todo a medio hacer y cogido con alfileres.
La nueva Terminal del aeropuerto de El Altet impresiona, tanto cuando la ves de lejos como cuando, acercándote, descubres el nuevo aparcamiento y la inmensidad de los edificios que integran el complejo. Es de agradecer el rápido y fácil acceso desde el parking a las áreas de Salidas y Llegadas y sorprende la amplitud de las instalaciones, la altura de los techos, la omnipresente luz mediterránea que llena todos y cada uno de sus rincones gracias a un espectacular entramado de cúpulas y tragaluces y a la estructura acristalada del edificio. Así las cosas, le daremos un 10 al continente, señora, pero a continuación verá como el contenido baja, y no poco, la nota media.

A la hora de embarcar la cosa no está mal del todo: hay más mostradores de facturación y el engorroso trámite del control de seguridad se realiza con mayor velocidad al haber más efectivos trabajando, aunque me da la sensación de que han apretado las clavijas al personal y ahora son más exigentes que antes (es decir, que te tratan, al igual que en el resto de aeropuertos del mundo, como a un delincuente en potencia). Ahora bien, ¿cómo se explican que en tal inmensidad de construcción, por la que desfilan a diario miles de personas, no haya papeleras? Es de suponer que sea un olvido de quien haya proyectado el edificio pensando más en ganar algún premio de arquitectura por las cúpulas estratosféricas que en el uso que hacemos las personas a ras de suelo. Y también es de suponer que, siendo esto España, adjudiquen la futura contrata a algún amiguete incrementando así el sobrecoste del proyecto y la cuenta de resultados del beneficiado en cuestión, que a buen seguro sabrá devolver los favores cuando sea menester. Lo de siempre, para entendernos. Y lo mismo que va a pasar con las sillas, porque no solo faltan papeleras, sino que a nadie se le ha ocurrido poner sillas en las puertas de embarque, lugares donde, cada dos por tres, los sufridos pasajeros se comen retrasos de media, una o dos horas de plantón. Pero las cúpulas son divinas, que nadie lo dude.

No obstante, lo más gracioso llega a la hora de volver, cuando aturdido por el vuelo, el aterrizaje y el cansancio acumulado por el viaje, sale uno de la pasarela y se encuentra ante sí la inmensidad de la nueva Terminal de Llegadas totalmente vacía, y no me refiero a papeleras o sillas, sino a todo. Ni una señal que indique la dirección de la salida, ni un cartel indicativo en paredes, techos o suelos, ni una sola persona informando a los perdidos pasajeros sobre su orientación en el edificio, ni un solo agente policial indicando algo o controlando el acceso a España… la nada más absoluta y la desorientación de los 200 ocupantes de un avión que van dando tumbos de acá para allá, siguiéndose unos a otros para ver quién da con la salida y mascullando entre dientes lo cierto que es aquello de que África empieza en los Pirineos…

Eso sí, las cosas como son: lo que sí tiene el aeropuerto de Alicante son aviones, algo de lo que no pueden presumir todos los aeródromos de este país, dejado de la mano de Dios y gobernado por sinvergüenzas y mangantes.

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