Starman y mi magdalena proustiana
Abandonad toda esperanza, salmo 517º
No, no voy a hablarles de lo que significó para mi infancia cierto film de John Carpenter -quizá lo haga algún día-: con tal apelativo anglosajón me refiero a un guionista de cómics que parecía determinado por la etimología de su apellido a convertirse en un referente de la ficción espacial: Jim Starlin. Siempre que se vota a los mejores de su ramo rara vez aparece su nombre, pero se trata de un creador al que merece la pena reivindicar ahora que se recuperan algunos de sus títulos fundamentales, a los que he vuelto despertando algunos recuerdos (buenos y no tan buenos), cual magdalena proustiana, de mi más temprana adolescencia.
Los ochenta fueron una época prolífica para el autor de la space opera Dreadstar: solo en 1988 publicó dos miniseries que fueron precisamente los primeros títulos suyos que leí. El primero fue Odisea cósmica: siendo niño entré en una librería con un cómic escondido bajo el brazo, porque me habían enseñado que está muy feo entrar en una tienda con un producto de otra similar. El muchacho que atendía el local pensó que aquel tebeo era de su comercio y que me disponía a robarlo; enseguida le dije la verdad, y no sé si me creyó del todo pero lo dejó pasar. Todavía no he olvidado el apuro que pasé, como tampoco he olvidado que para dejar bien claro que yo no era ningún pillastre escogí de la estantería un cómic con Superman en la cubierta y procedí a pasar por caja. Era el segundo número de una serie en cuyas páginas, ilustradas por un estupendo Mike Mignola antes de hacerse mundialmente famoso (y millonario) gracias a Hellboy, fui testigo de una aventura interestelar que mezclaba personajes populares con otros que me resultaron desconocidos (hasta años después no descubriría a los Nuevos Dioses del legendario Jack Kirby); un relato accidentalmente leído in medias res, lo que no tardé en solucionar consiguiendo el resto de la colección. Aquella obra marcó un antes y un después en mi percepción del cómic superheroico, en tanto que aunque podría haberse limitado a una excusa para reunir a varios personajes en uno de esos cruces narrativos tan queridos por los lectores, en manos de Starlin acababa siendo un relato que incluía un preciso análisis psicológico de sus protagonistas y una reflexión ética de cierta altura... Algo que he corroborado con la reciente relectura de este pequeño clásico que merecería mucho mayor predicamento del que tiene. Cómprenlo -no lo roben-, y léanlo sin falta.
Poco después fui operado de algo sin gran importancia, pero no dejé pasar la oportunidad de ejercer el chantaje emocional para que mis padres me compraran algunos cómics que hicieran más llevadera la hospitalización. De los tres o cuatro títulos que me trajeron solo recuerdo dos: V de Vendetta, que me gustó menos de lo que esperaba; y Batman: The Cult, precisamente la otra serie de Starlin publicada en 1988. Dibujada por Bernie Wrightson y reeditada como Batman: La secta, era y sigue siendo una de las más polémicas obras del corpus del Hombre Murciélago, sometido aquí por el líder de un culto de cuya influencia consigue escapar a duras penas. Esto es: un descenso a los infiernos que he releído y que, al margen de los lápices del maestro del terror, me ha parecido bastante menos impactante... Lo que me hace pensar que quizás, al contrario de la lección de política impartida por Alan Moore -para la que sin duda no estaba preparado entonces-, este que nos ocupa es un relato maduro que hay que leer, precisamente, cuando no se está preparado para él; solo entonces surte el deseado efecto de revulsivo. Con todo, es un título fundamental en la historia del personaje que hay que leer sí o sí.
Finalmente quiero recomendarles otro título de Starlin, este como autor completo, que no leí en su día: Gilgamesh II se anunciaba en la publicidad de los tebeos como un relato de ciencia ficción para lectores adultos y una relectura de un poema de origen sumerio considerado el primer texto conservado de la literatura universal. Yo ni era adulto ni sabía nada del primer Gilgamesh, así que lo dejé pasar. Hoy por fin he podido disfrutar de esta obra, que arranca como una parodia del origen de Superman para acabar siendo una reflexión acerca del ser humano a partir, paradójicamente, de las vivencias de un extraterrestre. Y es que Starlin, por más que parezca estar mirando siempre hacia arriba, a las estrellas, en realidad mira -aunque sea de reojo- hacia abajo. Hacia sus semejantes.
Odisea cósmica, Batman: La secta y Gilgamesh II están editados por ECC.