Sueños de justicia
Hubo una vez un siglo algo lejano, el XVII, para más señas, donde la barrera entre la realidad y el sueño era difusa, casi imperceptible. Lo que el ser barroco no sabía era que cuatrocientos años más tarde esa línea seguiría con la misma niebla a sus espaldas.
¿Qué es lo verdadero? ¿Y lo falso?; ¿Qué es lo bueno? ¿Y lo malo?; ¿Quién nos engaña? ¿Quién se deja engañar? La realidad hay que mirarla en los espejos cóncavos, como defendía el maestro Valle. Solo así podremos ver lo que es, tras quitarle la careta a esa entelequia que nos rodea. Don Quijote la confundía adrede para evadirse de esa sociedad que lo martilleaba con sus normas y sus imposiciones. Se atrevió a saltárselas y pagó las consecuencias. Luchó desde ideales que creía justos y murió lúcido asfixiado por la losa de lo real, de lo aparente, mejor. Hoy en día encontramos noticias de dos valientes que se enfrentan desde el trono supremo de la justicia a esa piedra inmisericorde que es lanzada desde la cúspide del poder a quienes, como ellos, intentan tocar lo intocable.
Uno está a punto de ser inhabilitado, segado para el ejercicio de sus funciones la balanza se tambalea hacia la derecha por esa guadaña oculta, omnipresente. ¿Pero, qué es lo que ha hecho este juez? Su trabajo, quizá. Los espejos relucientes se imponen en este particular Callejón del gato; no dejan aquí lugar a quimeras de justicieros. Ese mago Frestón que todo lo transforma, que convierte los gigantes en molinos ha vuelto a hacer de las suyas.
Por su parte, el otro, que se ha atrevido con el estamento real -¿cómo se le ocurre?-, no tardará mucho en seguir el mismo camino, porque la espada de Damocles a la española, aun estando agazapada, lo aguarda sin prisa. ¿Su error? Intentar sentar a una princesa delante de ese espejo cóncavo para que todos podamos desnudar sus miserias y ver debajo de esos vestidos de seda y muecas de corte el alma que tirita sin la protección de la máscara en la fiesta de disfraces.
¿Pero, quiénes manejan a sus anchas los hilos de este teatrillo en el que vivimos? ¿Quiénes aniquilan a estos quijotes del siglo XXI? ¿Quiénes se erigen en caballeros de la tabla redonda en un mundo de convenciones estipuladas por la pureza de sangre? Ni lo sé, ni lo sabré. No queda más que conformarse con que siga habiendo personajes que se enfrentan a los soldados del mayor de los ejércitos como si fueran un simple rebaño de ovejas.