Cartas al Director

Teatro

Creo que desde siempre me ha gustado el Teatro. Recuerdo aquellas noches de “Estudio 1” en blanco y negro en las que veíamos a una Marisa Paredes morena y lánguida, a un José Bódalo entrañable, a un soberbio José María Rodero al que tuve la suerte de ver en directo en el Chapí; recuerdo que entré a su camerino a pedirle un autógrafo, estaba emocionada y muy nerviosa. Al estar frente a él vi a un hombre menudo y enormemente tímido, casi no dijo nada. Así demuestran los grandes su grandeza.
Yo nunca me he visto como actriz, pero a finales de los ochenta principios de los noventa, hubo un movimiento artístico-teatral importante en Villena en el que estaba metida mi hermana pequeña y quizás fue ello lo que hizo que me implicara más, que me acercara al Teatro con otra mirada. Seguramente el momento político y social que vivíamos entonces contribuyo a que en Villena surgieran varios grupos que trabajaban de manera incansable, ya en obras o animaciones, Semanas del Libro fantásticas, etc.

Fue un momento precioso para el Teatro. Se hacían talleres, festivales, muestras. Era mucha la juventud implicada porque el Teatro no solo precisa de buenos actores; para hacer Teatro se necesita mucha gente; están las luces, el vestuario, decorados más o menos complicados que hay que fabricar y que luego se montan y desmontan para la obra a representar. Yo, como soy muy curiosa, me apunté a alguno de estos talleres, recuerdo uno de expresión corporal con Paco Picazo en el que me lo pasé muy bien y otro con Pepe Menor, todavía no sé qué hizo pero abrió un tapón que tenía yo muy bien tapado. Creo que Pepe es puro Teatro.

Lo que no entiendo es cómo es posible que no quede de aquello más que el recuerdo, pero además tan solo en la mente de alguno de sus protagonistas. El público en general no tiene memoria y los políticos, en particular, no tienen ni idea. Lo poco o mucho que se sigue haciendo es gracias a aquellos que, ya mayores, siguen teniendo ilusión por montar una obra, colocar debidamente unos focos o seguir haciendo algún cursillo para enseñarnos lo que han aprendido. De aquel movimiento salieron algunos que se ganan la vida dedicándose a esto de la interpretación. Yo a estos cursos siempre me he apuntado por satisfacción propia, sin aspiración ninguna ya que –como he dicho antes– no tengo ningún interés en actuar.

Además, luego llegó el club de la comedia y lo “jodió” todo. Ya no hacían falta decorados, ni luces, ni vestuario, cualquiera se subía a un escenario y soltaba su monólogo; eso sí, de mucha risa.

El acudir a algún cursillo, poder formar parte de una obra ya como maquilladora ya como la del botijo, me ha enseñado a ver el Teatro de una forma más crítica. Me encanta sentarme en mi butaca; se apagan las luces y mutis total –en Villena el silencio es respetuoso, otra cosa son las toses– y entonces sientes cómo vas entrando en el mundo que el director/a ha creado para ti. Poco a poco se ilumina el escenario, suena una melodía y van apareciendo personajes, vidas reales, decorados fantásticos que te hacen sentir. Y tú estás allí, formando parte de esa historia especial. Genial.

Creo que el Teatro forma parte de nuestro día a día, aprender de él nos puede ayudar en nuestra vida personal, en nuestras relaciones, en cómo desenvolvernos socialmente. Al fin y al cabo… “Teatro, la vida es puro Teatro…”.

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